Estimados ecuatorianos. Ustedes me han concedido el honor de ser su presidente para los próximos 4 años. Un honor que debo asumir con la humildad de quien se sabe capaz de enfrentar el reto, pero entiende las dificultades de la tarea y lo esencial de las esperanzas sembradas. Por eso, nunca el poder de la Presidencia debe ser un trampolín para la vanidad, el autoritarismo o la venganza. Un presidente no es un mago, tampoco un creador de espejismos que rápidamente desaparecen, como lo vimos desde hace 15 años, peor alguien de quien esperar todas las soluciones. El Gobierno debe sobre todo ser un apoyo sólido para la sociedad, centrando sus esfuerzos de manera concreta para otorgar mejores oportunidades a los más vulnerables, especialmente en educación y en todo el entorno de salud, un sistema judicial independiente que resuelva eficientemente los conflictos diarios entre la gente, y mecanismos de seguridad que protejan nuestro entorno. Y su apoyo es también retirándose, dejando de regular en exceso, burocratizar, manejar empresas, entorpecer el esfuerzo constante de los ciudadanos.
Debo ser el presidente de todos, de los que votaron a favor con entusiasmo o los que mostraron decepción la noche de los resultados. Ser el presidente de todos no quiere decir dar gusto a cada uno, sino encontrar los espacios de diálogo donde escuchamos sinceramente a los demás, algo tan alejado de nuestras costumbres políticas. El resultado es la capacidad de, juntos, encontrar un camino que marque no los próximos meses, sino un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Un sendero que debe basarse en lo que todos los ecuatorianos sabemos, por sentido común, es la manera sana de avanzar en la vida con dignidad, mejorando empleo e ingresos: ahorro, esfuerzo, inversión, apertura al mundo, mercado laboral más sensato, seguridad social más sana. Hacer mejor las cosas cada día. Y eso se logra liberando el esfuerzo individual y potenciando el empuje colectivo.
La buena política requiere ponerse encima de uno mismo, y más cerca del país. Lo he hecho ya en dos oportunidades en estos días. Cuando la Corte Constitucional aprobó el aborto por violación, algo contrario a mis creencias más íntimas, lo acepté por su legalidad. Y, luego, cuando desautoricé un acuerdo parlamentario casi aprobado, muy grave para el país por sus consecuencias legales y operativas, pero sobre todo tan peligroso para la ética nacional. Y esto era fundamental para mantener el norte en algo que todos los ecuatorianos buscamos y es para el nuevo Gobierno absolutamente innegociable: la lucha contra la corrupción, que requiere y tendrá, sin la más mínima duda, un ejemplo claro desde la Presidencia.
En una situación económica y social muy complicada como la que vivimos, producto de muy malos manejos en el pasado y de la pandemia, vamos a pedir sacrificio a los que más tienen, a los que han vivido de mejor manera esta crisis sanitaria; en particular un esfuerzo para ayudar a cumplir con el objetivo de vacunación masiva en los próximos meses, y para sostener una convicción inquebrantable de que creer e invertir en el futuro del país es el mejor objetivo posible… Y a todos les pido unirnos en la cruzada de confianza que nos permitirá caminar juntos. (O)