En un país como este, donde en cada votación no se elige presidente sino a El Mesías, que baje de los cielos y resuelva, de una vez por todas, la colección de crisis que padecemos, no cae mal la idea de una nueva “asamblea constituyente” que lo desbarate todo, haga delete en todo lo malo y enter hacia un presente y un futuro mejor.
La idea asociada a esto de “refundar al país”, que bien vendió hace 18 años la maquinaria propagandística de la Revolución Ciudadana, no deja de ser seductora entre un electorado que ya lo ha probado todo, pero que sigue moviéndose por impulso, por gustos, sabores, regalos y bailes, más que por la profundidad y eficacia que pudiese tener la propuesta. Y pocos reparan en que se trata de un proceso largo y engorroso, de aproximadamente dos años, con la intensidad que le dé si se la aprueba o no de “plenos poderes” (con todos los riesgos que eso ha significado) y con al menos tres visitas a las urnas, en elecciones no generales ni seccionales.
Pero quizás lo que más nos debe preocupar en un proceso constituyente, basado en las experiencias vividas en el actual periodo democrático ininterrumpido, es cómo se planteará la integración de esa asamblea (propuesta que tiene que hacer también el mandatario) y si trabaja en paralelo a la actual Asamblea Nacional, o llega a reemplazarla a través de los “mandatos” que en Montecristi 2008 se convertían automáticamente en ley y que sirvieron para hacer incautaciones bancarias hasta para intentar cambiar el himno y el escudo, como lo propuso una artista elegida por el oficialismo correísta de entonces y que, a pesar de tener amplia mayoría, no se hizo (afortunadamente) porque los entonces incipientes memes proponían reemplazar al cóndor por un cuy, o por un cangrejo por aquello de que el país siempre camina hacia atrás.
¿Cómo se designará a los asambleístas constituyentes esta vez? Es a mi juicio la parte más clave de la propuesta concreta que deberá remitir el mandatario a su no afecta Corte Constitucional para que esta se exprese políticamente al respecto.
El ejercicio democrático de Montecristi dejó claro que no basta, como en los congresos o asambleas nacionales, vayan los más populares y los más gritones; reinas de belleza o los influencers a discutir profundas temáticas constitucionales que, a pesar de haber sido aprobados coreográficamente por la amplia mayoría oficialista, pasaban de inmediato por el cuartito en que operaba el asesor legal del gobierno, que cambiaba lo que le parecía, antes de la aprobación final. Y a pesar de ese manoseo, la “Constitución para cien años” que anunciaron no ha llegado a los 20 y ya hace aguas por todos lados.
Una fórmula mixta me parece la más adecuada: que un porcentaje importante de los constituyentes sean elegidos por el voto popular y que otra parte similar en importancia sean constituyentes designados por la academia, las ciencias, los gremios. Y que en ambos casos los requisitos de solvencia estén claramente marcados, lo que haría inoficioso discutir si usa zapatos rojos o hace reels para redes sociales.
De darse una nueva constituyente ojalá esta vez sí salga de ella un país viable. (O)