En lo que respecta a la posesión de una propiedad, la nuestra es una cultura fetichista. Consideramos la posesión de la tierra o de la propiedad como la única forma plena de justicia social. Paralelamente, se suele creer que la adquisición de bienes inmuebles es uno de los medios más seguros de inversión. Quizás sea conveniente hacer profundas y necesarias reflexiones al respecto.

Comprar una propiedad es una forma de ahorrar, eso es incuestionable. Sin embargo, no se puede asegurar que lo sea de manera certera e infalible. Para que una adquisición de este tipo sea rentable y pueda ser calificada como inversión, debemos tener una disponibilidad de capital mayor al porcentaje mínimo requerido como entrada. Cuando pagamos solo la menor entrada posible, estamos convirtiendo al inmueble adquirido en una libreta de ahorros, y no en una inversión.

Comprar para habitar no es tan buen negocio. Mejor es comprar para arrendar.

Otro aspecto que se debe considerar –y que pocos se resignan a aceptar– es que los inmuebles inevitablemente se deprecian. Efectivamente, las casas y edificios tienen una tendencia a revalorizarse en su etapa inicial; especialmente, si se encuentran agrupados con otras construcciones nuevas, en una zona de reciente desarrollo. Sin embargo, si el imán económico que inspira dichas construcciones se ve alterado o desplazado, la revaloración de los mencionados inmuebles puede verse perjudicada.

A esos factores externos debemos agregarle un factor interno inevitable: los inmuebles también se deprecian por su propia vejez. El buen mantenimiento puede mitigar en algo esa devaluación; pero, en la mayoría de los casos, la única salida que les queda a las propiedades es el replanteamiento del uso que se les da a estas. Téngase siempre en cuenta que, como inversión, la vida útil promedio de una propiedad es de cincuenta años.

Y no todo inmueble nuevo es rentable. Si adquirimos –por ejemplo– un departamento o una oficina cuya distribución de espacios nos resulta desagradable o incómoda, va a ser difícil que otras personas la sientan de manera diferente y estén interesadas en comprarnos aquel inmueble. Por mucho que se exploren los aspectos económicos, no hay que dejar a un lado el sentido común.

Y si alguien quiere realmente obtener ganancias a través de los negocios inmobiliarios, debe reconfigurar criterios aún más básicos. Comprar para habitar no es tan buen negocio. Mejor es comprar para arrendar. El perfil más conveniente es arrendar para vivir y comprar para arrendar. Es en aquella estrategia donde se encuentran más ganancias y menos gastos, haciendo que la balanza nos quede a favor.

Volviendo entonces al tema de la propiedad como medio para la justicia social, es urgente que cambiemos estas falsas preconcepciones. El déficit de vivienda debe atenderse dando la opción a compra y la opción a arriendo. Algo similar debe ocurrir en el sector agrícola, donde ya hemos visto que la posesión de la tierra no ha sido garantía de mejores condiciones de trabajo. Queda claro que la justicia no radica en la posesión, sino en la generación de alternativas para el trabajo y el hábitat. (O)