A lo largo de este año habrá seis elecciones presidenciales en América Latina, varias regionales y al menos una consulta popular. Sus resultados van a perfilar el mapa político del hemisferio y, sobre todo, la conducción y eventual fortaleza de las organizaciones internacionales de la región. El Salvador acaba de ratificar a su anterior mandatario, Panamá y República Dominicana irán a las urnas en mayo, México en junio; Uruguay en octubre; y eventualmente Venezuela a fines de este año.

La composición política actual de América Latina muestra un cuadro de Gobiernos identificados en su mayoría con visiones que van del centro hacia la izquierda, pero no es un escenario similar al que se vivió durante la primera década de este siglo. Las izquierdas contemporáneas son más diversas, el tipo de liderazgos no se concentra en todos los casos alrededor de un liderazgo personal incuestionable, y en varios países a los temas tradicionales que tienen que ver con equidad o desacoplamiento de hegemonías internacionales, se han sumado objetivos ambientales, de género y representación de las diversidades, lo que no quiere decir que también en varios casos persistan miradas conservadoras que observan estos temas como periféricos.

Ingenuos con Venezuela

Si las encuestas recientes -que suelen equivocarse- se mantuvieran hasta el final de las campañas con los resultados que ofrecen ahora, aparte de El Salvador, en Panamá se elegiría una opción hacia la derecha, en República Dominicana una de centro, la izquierda repetiría en México y volvería al poder en Uruguay y en Venezuela el escenario dependerá de la forma en que las elecciones sean convocadas. En resumidas cuentas, el mapa político latinoamericano no sufriría muchas variaciones. Tres de las cuatro economías más grandes del subcontinente son gobernadas por las izquierdas, pero las situaciones domésticas en todos los casos son distintas y por lo tanto las prioridades también. México afrontará una relación muy distinta y eventualmente riesgosa con los Estados Unidos si Trump es electo; Colombia una polarización persistente y Brasil el procesamiento de temas ambientales y económicos en un contexto global que se caracterizará cada vez más por políticas proteccionistas que afectarán a sus mercados.

Globalización, globalismo y antiglobalismo

El regionalismo latinoamericano y del Caribe ha sobrevivido más de una década de retos provenientes de los impactos económicos de la recesión global, y del cambio de los ciclos políticos e inestabilidades de la propia región. Es normal que los gobiernos tengan visiones distintas y también que no todos los protagonistas simpaticen entre sí, pero conviene a todos los países y a todos(as) sus mandatarios(as) hacer un esfuerzo para encontrar temas de consenso que permitan, aunque sea en una agenda limitada, tener posiciones comunes frente a un orden internacional en transformación cuyas dinámicas pueden volver irrelevante globalmente a la región. Preservar instancias como la Celac o pensar de nuevo una articulación orgánica de los países en una instancia sudamericana, más allá de los importantes sistemas subregionales de integración comercial vigentes, conviene a todos los países. (O)