Un compromiso literario me obliga a adentrarme en el mundo de esta gigantesca novela del alemán Günter Grass, quien en 1999 ganó el Premio Nobel y que, pese a que escribió toda la vida poemas, artículos, su autobiografía y muchas otras novelas, no consiguió superar la fama de la inicial publicación, que es de 1959. Cosas así hacen creer a muchas personas que el premio se otorga por una pieza específica y no por toda la obra total de un autor.
Fue tal la explosión de interés que provocó la primera de una trilogía, que otras novelas publicadas en el mismo año por autores como Heinrich Böll y Uwe Johnson quedaron atrás. La película que dirigió Volker Schlöndorff llegó veinte años después y consiguió premio en Cannes y Óscar en los Estados Unidos.
Un protagonista que está asilado en un manicomio toma la palabra para contar su vida, a partir de la curiosa intervención de su abuela al ocultar a un fugitivo bajo sus faldas, hasta su presente de 30 años: cuatro generaciones de una familia de afluentes polacos y germanos, mediadas por la inestabilidad política y cruzadas por el dominante nazismo. Como en toda buena novela, los avatares de los personajes ocurren dentro del gran marco general de la historia, esa que está ligada a una ciudad que llamada Danzig (tierra del autor) se convierte en Gdansk. Pronto el lector debe notar que cosas extrañas se cuentan como naturales: el pequeño Oskar decide no crecer más allá de sus tres años, aunque su mente madura precozmente, tanto que se da cuenta de que ostenta un apellido, pero se sabe hijo de otro. Tocará el tambor y romperá los vidrios con sus gritos.
La narración destila una ironía sardónica y un humor de todos los colores, pero más que nada negro, arrasa con muchos tópicos que van desde la familia hasta la patria. El niño sabe que su madre se encuentra en un hotel con su primo, rechaza la escolaridad formal y, piensa que desde abajo –sus 92 centímetros– se ve y se entiende el mundo de los adultos. Constantemente marcada la temporalidad –desde 1899 a 1953– debemos sentir cómo se mueve el poder detrás de los personajes, cómo ciertos hombres aparecen uniformados de gris, lo que ocurre en la ciudad al ser sometida por el nazismo y los cambios entre el desarrollo y la carestía de la guerra.
La novela está insuflada de un realismo tan detallista e informativo –solo la escena en la cual los abuelos engendran a la madre de Oskar tiene veinte páginas– que contrasta con las rarezas que provienen de la curiosa manera de ser de Oskar, de su poder destructivo –romper los vidrios de los escaparates, en la noche, para que el peatón se vea tentado a robar–. Su dominante voz relatora recuerda hechos, pero también adelanta otros, de tal manera que leer exige atención y regreso en las páginas. Los críticos identifican un realismo mágico en los ámbitos creados; la elección de las largas oraciones con copiosas subordinadas en una línea cervantina, llevó a sostener que con esta novela nacía la nueva narrativa alemana. Un cierto feísmo alimenta varios pasajes: la sopa de ladrillo que preparan los mocosos del barrio, las anguilas dentro de la cabeza del caballo podrido, la sangre derramada sobre las cartas en el ataque al depósito de correos, Eso sí, advierto al lector: todo significa mucho más de lo que se dice. (O)