Vladimir Putin, Donald Trump, Benjamin Netanyahu, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orbán, Nayib Bukele, Nicolás Maduro y la lista continúa. Alrededor del mundo están de moda los “hombres fuertes” o lo que menos vulgarmente se conoce como la autocratización o el “engrandecimiento ejecutivo”. ¿Qué implica este tipo de ejercicio del poder? Por un lado, el sometimiento voluntario de una ciudadanía a un gobernante porque no ve más salida a la violencia que la fuerza bruta y que culpa a los demás de cualquier problema social. Por otro, el aprovechamiento de grupos de poder económico, desde empresarial e industrial hasta narcotraficante, de la debilidad del sistema judicial para hacer y deshacer.
Entre las piedras angulares de la autocratización se encuentran la desinformación y la polarización, ambas alimentadas por los mismos gobernantes para provocar desconfianza en las mismas instituciones del Estado. Mientras más dudas se ciernen sobre el valor de la democracia y se posicione a la necesidad de medidas extremas como la militarización de las calles, más apoyo habrá a la “mano dura”. Un ejemplo de esto son las actuales redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU. (ICE) con el apoyo de agentes federales militares, cuyo mandato original está lejos de la captura de individuos.
Frente a un país inestable y una economía incierta, los autócratas buscan que los ciudadanos encuentren en ellos la solución a la crisis como si los obstáculos se pueden superar exclusivamente a pedradas. Caminando por encima de las ruinas, o como Alberto Fujimori alrededor de los cadáveres de los terroristas que se tomaron la embajada de Japón en 1996, el caudillo se exhibe como un héroe combativo. Por eso, aunque ni han cumplido con el servicio militar de su país, les gusta vestir atuendos militares como Putin o casacas de próceres decimonónicos como Bukele.
En este entorno, cual adolescente que se rodea de malos amigos, continúa espigándose un personaje menos famoso, pero con ínfulas similares como el alcalde de Guayaquil, Alquiles Alvarez. Su más reciente exabrupto, destacado por su valor anecdótico, pero de ninguna manera informativo en medios de difusión como La Posta, le suma puntos a su fama de “puñetero” y malhablado. Y el supuesto balance periodístico le ayuda a difundir cuando le conviene sus anhelos de paz para la ciudad, el país y el mundo, tras haber amenazado, insultado o perseguido a zancadas a una persona en un lugar público.
El autócrata no es un líder verdadero porque es víctima de su propio ego, ese pequeño punto débil que hundió al Titanic y es la manifiesta debilidad de Aquiles, tanto el alcalde como el personaje mítico. Mientras tenga a sus guardaespaldas y ostente poder como alcalde de una ciudad tan importante como Guayaquil, Alvarez se podrá promulgar a empujones como el gran “defensor” de la ciudad en lugar de realmente ejercer el poder en favor de ella. Pero cuando sus padrinos o sus votantes renieguen de él, solo quedará un recuerdo indecoroso de su paso por la Alcaldía de la ciudad de Guayaquil. (O)