Un pulpo que se comunica, decide rápidamente entre la vida y la muerte, tiene estrategias y planifica, manifiesta sentimientos, baila y establece amistad con un humano. El documental Mi maestro el pulpo asombra en muchos aspectos.

Siempre me ha interesado la relación que existe entre todos los seres vivos. He defendido hace ya muchos años, en mi juventud en la universidad, que los animales piensan, son inteligentes, resuelven problemas inesperados y no solo actúan por instinto. En esa época eso no se discutía mucho. Ocasionaba discusiones y debates basados más en opiniones que en constataciones. Estaban muy influenciadas por la creencia de que nosotros debíamos dominar todo lo creado, porque éramos la cúspide de toda la creación.

Si se descubre un mínimo organismo vivo o precursor de vida en Marte, será objeto de enorme alegría. Mientras tanto, nosotros vivimos rodeados e inmersos en vida desbordante y nos cuesta valorarla, apreciarla, defenderla y admirarla.

Lo que más me asombra es la expresión de sentimientos en la naturaleza, porque no se trata solo de instinto. No es solo una evolución mecánica, de un engranaje que responde bien. La expresión de sentimientos tiene que ver con otras realidades no solamente biológicas o químicas. Se relaciona con lo que llamamos Dios, alma, espíritu.

En casa tenemos dos mascotas. Una de ellas, Perla, nuestra gata, tiene 17 años. Me detengo a observarla como si estuviera en Marte y la descubriera por primera vez. Ella es también una maestra sobre las relaciones que se establecen entre animales y seres humanos y el cuidado y respeto que demandan.

Su pelaje ha cambiado desde sus años juveniles. Mantiene en buen estado las suelas naturales de sus patas. Pero sus uñas necesitan ayuda, ya no las desgasta como antes. Me observa con cuidado. Antes no maullaba, ahora lo hace con diferentes volúmenes. Con los años se ha hecho exigente. Parece que la perra le ha transmitido la necesidad de expresar lo que siente. Si no me levanto a la hora que suelo hacerlo, se me sienta en el hueco entre el hombro y el oído y ahí maúlla, fuerte. ¡Vamos arriba! Con sus patas me toca los ojos y la boca y si no reacciono, su cabeza parece una excavadora que me empuja el cuerpo para que me levante. Reclama caricias, mimos. Me parece importante que reclame cariño, es un aprendizaje de su vejez y de la mía… comunica sus sentimientos sin problemas. Lo ha aprendido con los años. Cuando era joven y comenzó su trabajo de parto, me esperó las 4 horas que tuve que dejarla sola. No dio a luz hasta que estuve al lado de ella. ¿Qué ocultan y qué revelan esas conexiones?

Conocemos menos de lo que pensamos. La conciencia es el mayor misterio del universo, su fruto más exquisito.

Frente a las manifestaciones de la vida lo que expresó Eugene Cernan, el último hombre en pisar la Luna en diciembre de 1972, describe ese asombro: “Lo que yo veía era demasiado hermoso para ser aprehendido, demasiado ordenado y lleno de propósito para ser un mero accidente cósmico. Uno se siente obligado interiormente a alabar a Dios. Dios debe existir por haber creado aquello que yo tenía el privilegio de contemplar. La veneración y la acción de gracias surgen espontáneamente. Para eso debe existir el universo”. (O)