Si Cortázar estaba en lo cierto y el cuento gana por knock-out, mientras que la novela lo hace por puntos, Jorge Luis Cáceres (Quito, 1982) nos ha dado una paliza. Su más reciente libro, El peso interior (El Conejo, 2023) consolida la carrera de un cuentista que se ha construido a pulso en el campo de ficción negra. Son ocho cuentos en los que una escritura alquímica permite que el horror ecuatoriano, más cruento aún en estos tiempos, se vuelva el pretexto propicio para sostener un diálogo con Edgar Allan Poe y H. P. Lovecraft, entre otros cultores del género. Este libro profundiza en la urgencia de reconocerlo como una de las voces más potentes del relato ecuatoriano.

El Quito de Jorge Luis Cáceres es uno en donde los crímenes y la violencia dibujan la complejidad del alma humana: a partir de las alguna vez emergentes Torres de Almagro, del elegante y sórdido norte, hasta los más apartados parajes del sur, donde la vida tiene la intensidad de la leyenda, es posible reconstruir el trayecto de un odio y un amor que yace en el fondo de la ciudad, como una red de alcantarillas. Los periodistas, como no puede ser de otra manera, juegan el rol confuso y delirante que les es más propio, mientras que la policía y los funcionarios judiciales encarnan a un Estado siempre sin recursos y corrompido.

De hecho, algunos de los cuentos son brutalmente duros y dan cuenta de la extrema violencia que pueden sufrir los niños. Aunque, de otro lado, en la propuesta estética de Jorge Luis también hay un espacio para pensar en ese complejo, y ya recurrente, personaje literario que fue Juan Fernando Hermosa, el “niño del terror”, como el devenir frenético de una sociedad descompuesta. Me parece, sin embargo, que la sutileza metódica con que esta escritura recrea estas escenas no tiene tanto que ver con el gore como sí con el deleite de la reflexión filosófica.

Y es que Jorge Luis, además de cuentista, es abogado. Quizá por eso ha sabido tratar con conocimiento de causa los laberintos judiciales y la crudeza de las calles, sin amor y con ojos grises, como el mejor Vargas Llosa. Tal vez por esa ausencia de una justicia posible es que en esta literatura tienen sentido los superhéroes. No necesariamente aquellos de los cómics clásicos, sino otros como Luchito Anda, un poeta que aspira, a la vez, a ser el Juan Dahlmann de Borges y el mismísimo Yukio Mishima.

Hoy, que se esgrime la existencia de un supuesto gótico andino, no se ha abordado con suficiente seriedad la contribución de Cáceres. Pese a que ha sido capaz de narrar las venganzas y los macabros juegos de la niñez, así como los crímenes de la ciudad, con la fuerza suficiente para levantar estéticamente un mundo, lleno de signos y misterios. Un escritor que también tiene el poder de la risa, por ejemplo, cuando caricaturiza a los políticos, esa fauna autóctona tan llena de contradicciones e incoherencias. Resulta imperativo leer a este autor de cinco libros de cuentos, una novela y varias antologías. El peso interior es, particularmente, un tributo a esa literatura que, al mostrarnos el horror, nos devuelve la capacidad del asombro. (O)