Estaba conversando con jóvenes de barrios considerados peligrosos.

Es normal, me decían, que cobren vacunas. Así se obtiene seguridad. La seguridad se paga en las ciudadelas privadas de barrios de clase alta, ¿por qué no vamos a pagar un poco también los pobres? Todos queremos vivir tranquilos. En nuestro barrio el grupo X nos protege. Por eso ponemos barreras a la entrada. Nadie de una banda contraria entra. Y así podemos circular tranquilos en nuestro sector.

No imaginan siquiera que antes se podía salir la noche, jugar en parques sin rejas, y no había mallas eléctricas ni botellas rotas en los muros para protegerse de posibles escaladas. Simplemente encuentran que eso es imposible.

La vida sí puede cambiar

El crimen organizado más allá del narcotráfico I

Mientras otros jóvenes que pueden estudiar en universidades, con ambientes seguros y pueden intercambiar ideas y experiencias, frente a la angustiosa realidad preguntan: ¿Qué se puede hacer? Justamente eso era lo que yo quería preguntarles, porque se supone que la creatividad es su distintivo. Pero en general piensan en más seguridad, más rejas en las calles, más alarmas.

No tienen referentes de algo que funcione bien en lo público, en ninguno de los poderes del Estado. Y sin el apoyo de lo público las experiencias positivas quedan como parches, porque resulta difícil que influencien todo el tejido social.

Errar no es político

Se plantea entonces la dicotomía entre iniciativas estatales y las ciudadanas.

Entre el que está en un escritorio, que piensa entre cuatro paredes divorciado de lo que viven, sienten y quieren la mayor parte de la ciudadanía, o al revés, los ciudadanos que desconfían de los poderes del Estado porque la corrupción parece ser su lema y su actuar, junto con la lentitud en los trámites que llevan a acelerar procesos mediante coimas a diferentes tramitadores, que ya no se ocultan en las sombras.

(...) conocemos poco nuestras emociones y menos aún el tejido social que nos une y a la vez nos separa.

A pesar de los escollos hubo propuestas.

Que cada barrio tenga un delegado del alcalde, un alcalde barrial, donde los vecinos van a proponer iniciativas: culturales, educativas, de obras necesarias. Que sea nombrado por el alcalde, pero ratificado por votación de todos los moradores. Que unas cuotas mínimas de todas las familias del sector ayuden al mantenimiento de ese servicio (¿una adaptación de las vacunas?). Que tenga poder de decidir sobre lo urgente y la aplicación la hagan las organizaciones barriales. Que exista una buena iluminación y corredores seguros. Que las mujeres tengan botones de auxilio cercanos en los barrios y que en las veredas haya asientos como en la avenida 9 de Octubre.

Y reflexiono que el ámbito de lo social tiene pocos innovadores. De hecho, no hemos logrado como humanidad superar la pobreza, ni las guerras, ni la adicción a las drogas.

Si hemos logrado viajar por el espacio, hacer puentes inverosímiles, construir enormes rascacielos, pero conocemos poco nuestras emociones y menos aún el tejido social que nos une y a la vez nos separa.

Tememos cuestionar las maneras de hacer prestablecidas, y corremos en una cinta sin fin que no nos lleva a ninguna parte, como en el gimnasio, porque en el fondo a pesar de querer tener éxito, se prefiere la seguridad de lo conocido, aunque solo lleve a mejorar rutinas en vez de hallar soluciones.

El país requiere, entre otras cosas, innovadores sociales. (O)