Me veo impulsado a continuar el tema por el clima de irracionalidad que hay en el ambiente. Inicio con un antecedente necesario para quienes no leyeron El origen. Decíamos que, a propósito de la última contienda electoral en Ecuador, reconocíamos que hubo habilidad, destreza y audacia en la estrategia ejecutada que aseguró el paso a segunda vuelta electoral de uno de los candidatos. Recordábamos que, en ligas presidenciales, la meta es imponer al futuro gobernante, sea por las nobles razones que tenga el candidato o por los métodos de su consultor. Sin pretender justificar acciones, solicitábamos a los lectores que consideren el contexto propio de una campaña política, ya que, sin un análisis integral, podíamos sentirnos engañados y/o manipulados. Recordábamos que la política se resume en el uso de astucia y engaños para alcanzar objetivos, y que una misma acción parecerá brillante o aterradora según la reputación de quien la realiza, no en vano se dice que la imagen lo es todo. Finalmente, y como parte medular de aquella publicación, nos preguntábamos sobre el origen de lo que hasta ese momento presenciábamos sobre los dos candidatos, respuesta que el tiempo bondadosamente nos regalará.

Ahora bien, y entrando a esta segunda parte del artículo, cabe decir que una cosa es ganar una campaña electoral y otra distinta es mantener un gobierno y lograr, en países como Ecuador, que termine su mandato. No siempre un equipo ganador de campaña electoral es un equipo conocedor de lo público, hábil, técnico y firme para gobernar. Ejemplos sobran. Son trabajos para equipos multidisciplinarios distintos, sin perjuicio de que las acciones del gobierno sean sometidas a una permanente campaña promocional.

Decía que son equipos distintos y con estrategias diferentes pero conectadas y entrelazadas a un mismo fin. Por ello, estar al tanto del origen siempre será importante, por no decir que es tarea fundamental dilucidarlo con antelación, ya que ese detalle nos adelantará la forma en cómo posiblemente termine la historia. Políticos o no, las personas no cambian o mejoran de la noche a la mañana. Como todo en esta tierra, esa mejora debe ser parte de un proceso. No hay estrategia comunicacional que logre ocultar la esencia u origen de algo (un proyecto) o de alguien (un candidato) que, tarde o temprano, no se observe cristalinamente a través de la retina de los ciudadanos. Nuevamente, la imagen es importante: hay que cuidar las acciones como las omisiones.

Se dice que a los amigos no hay que entenderlos, hay que aceptarlos. No sucede lo mismo ni se puede actuar así con políticos, aunque fuesen amigos, ya que a estos debemos entenderlos para poder aceptarlos. Tratándose de un equipo de trabajo liderado por una persona que tiene en sus manos enrumbar el destino de una nación, se hace imprescindible entender sus razones y conocer su plan real, ya no electoral. Debemos entender que la campaña quedó atrás. Los engaños o manipulaciones no pueden ser activos a explotar en gobiernos serios y decentes. En estas instancias, las astucias anteriores podrían ser susceptibles de rechazo bajo la consabida lógica de la racionalidad. Claro, cabe la pregunta, ¿somos racionales los “ciudadanos de a pie” para rechazar con vehemencia ciertas acciones gubernamentales? O, mejor aún, ¿son racionales los gobernantes para tomar tales decisiones? Y, mejor todavía, ¿es racional la dirigencia política que no permite gobernar a un presidente legítimamente electo, generando el caos con cada inverosímil obstáculo salido de las vísceras de cierta oposición? Esa oposición debe recordar que aquella tendencia ganó las elecciones y en democracia hay que dejarlos gobernar.

Se dice que quien hace política –sin importar que su origen laboral sea el sector público o privado–, pacta con los poderes diabólicos que acechan el poder, tal como lo sentenció oportunamente Max Weber. Los gobiernos deben entender que una cosa es la forma de llegar al poder, en lo que se hace necesario insistir, y otra pretender que los electores olviden una célebre frase cuyo autor he perdido en la memoria, pero cuyo texto recuerdo con especial agrado, que dice: “Honrar el cumplimiento de la palabra debería ser el primer deber de cualquier persona que quiera ser correcta. Esto no es fácil, pero al menos es importante que cada uno se lo diga con claridad”. Es por ello, que más allá de los pactos políticos, la gente de bien no acepta ni aceptará, en ninguna época, que el legado de gobiernos errados, sean estos de derecha o izquierda, se convierta en el faro que guíe al puerto al capitán de la embarcación de un país, cualquiera que este sea.

Más allá del origen que motiva las acciones de un gobierno democrático, de sus líderes y equipo estratégico de trabajo, ellos deben tener presente que la característica esencial del razonamiento es su generalidad, y que razonar es pensar sistemáticamente en formas que cualquiera que mirara sobre nuestros hombros sea capaz de reconocer como correctas. Si de legado nos preocupamos, cabe resaltar que ese análisis será capaz de hacerlo un ciudadano común con o sin vínculo político, así como hijos y nietos de quienes ostentan u ostentaron el poder.

Un gobierno decente dejará el dogmatismo de creer que se las sabe todas, que es precisamente lo que se opone a un pensamiento socrático, en el que se adopta una postura crítica, utilizando preguntas para cuestionar el pensamiento que ha servido de fuente u origen para la toma de una decisión.

De cualquier gobierno vamos a querer recibir los mensajes correctos y constatar que el trabajo en defensa de los intereses del país sea la lucha diaria. Al gobierno que no está dispuesto a luchar por un legado honorable, podemos aplicarle la sentencia del poeta que sugiero leer despacio y con énfasis: La lucha por lo correcto es la última palabra de la sabiduría que sólo merece la libertad y la vida, el que cada día sabe conquistarlas.

Para conquistarlas, es importante que quien tiene el poder de hacerlo, tenga claro el objetivo propuesto y, para ello, deberá ratificarse o replantearse la motivación que lo impulsó a gobernar. En cualquier caso, con reflexión o sin ella, su éxito o fracaso será el de todos; debemos apoyarlo.

Siempre será necesario un gramo de humildad y una libra de sabiduría para hacer un ejercicio de introspección, reflexionar y reconocer el verdadero origen. Esas mezclas darán resultados inmejorables. El tiempo nos dirá cuál es la verdadera fuente –incluso– de lo que hoy no vemos. El mismo tiempo nos dirá si nuestros políticos, gobierno y oposición, debían replantear o ratificar el camino a transitar. En cualquier caso, siempre hay tiempo para mejorar, y el mejor momento siempre será ¡ahora! (O)