Las reacciones ante la muerte de Rodrigo Borja han sido de consternación y reconocimiento de sus valores como político y presidente. No ha faltado la opinión crítica, que es inevitable e incluso necesaria frente a un personaje público y mucho más respecto a alguien que propagó y defendió con firmeza sus posiciones. Entre unas y otras se impone la percepción de su valía y el reconocimiento del lugar destacado que le corresponde en la historia nacional. La vida de Rodrigo Borja está indisolublemente ligada a la historia del Ecuador.

Para valorar su desempeño cabe revisar los diversos momentos de su accionar como político. El primero de estos fue la conformación de un partido que buscaba la renovación ideológica de la política anquilosada del liberalismo y el conservadurismo, que prácticamente terminaron enredados en las prácticas clientelares del populismo velasquista. La creación de la Izquierda Democrática –que surgía paralelamente a la Democracia Cristiana– en los inicios de la década de los setenta, fue un signo de renovación que se iría concretando en los primeros años del periodo democrático. Aunque la ID se abstuvo de participar en el proceso de definición del nuevo diseño institucional, se constituyó en una alternativa democrática a partir de la primera contienda electoral.

El segundo momento se marcó con el ejercicio de su presidencia. Llegó a esta en su tercer intento, cuando paralelamente la ID logró su mejor resultado histórico con el 42 % de los escaños legislativos. Una alianza con la Democracia Popular le permitió gobernar sin mayores sobresaltos políticos durante los dos primeros años. De esa manera pudo enfrentar los graves problemas económicos que heredó de su antecesor. Aunque perdió la mayoría legislativa en la elección de medio periodo y, consecuentemente, vio restringida su capacidad de acción, el balance de su gobierno es ampliamente positivo en términos políticos y de procesamiento de los conflictos sociales. Cabe recordar que se enfrentó al primer levantamiento indígena con una respuesta democrática, guiada por el principio de la justicia social con libertad, como sostenía la consigna de su partido.

El tercer momento estuvo marcado por el declive de la ID. Como ha sucedido con casi todos los presidentes y los partidos que debieron aplicar medidas de ajuste, ni Borja ni la ID pudieron alcanzar nuevamente la presidencia y contar con un bloque parlamentario significativo. Su presentación como candidato en dos ocasiones posteriores no fueron suficientes para virar esa tendencia negativa. Más que el fracaso de un partido, esta constituye una muestra de la volatilidad del electorado ecuatoriano y de la escasa capacidad de los partidos para adaptarse a los cambios y al mismo tiempo explicarlos a sus seguidores.

El último momento fue el del retiro de la política cotidiana. Esta iba de la mano de su decisión de dedicar todo el tiempo a la investigación necesaria para la escritura de su Enciclopedia de la política. Desde el punto de vista humano y del quehacer intelectual es comprensible esa decisión. Pero, esta chocaba con su condición de político profesional y de expresidente. Su voz se hacía necesaria especialmente frente a los múltiples atropellos a la democracia que vivió el país. Eso no minimiza su trayectoria ni niega su lugar en la historia nacional. (O)