Han pasado algunos días, el tema de Pelaccini me sigue dando vueltas y quisiera compartir ciertas reflexiones.

Como se comentó en un medio, este tema pasó de ser una conversación de Twitter a convertirse en un problema nacional.

El caso fue abordado de diversas maneras, desde una legítima crítica a los dichos del actor hasta un dictamen donde se le exige que emita disculpas públicas por sus dichos “sexistas, discriminatorios, segregacionistas, que exaltan o pretenden justificar la violencia y ataques a la integridad personal contra las mujeres y las feministas defensoras de derechos humanos”.

Por otro lado, también, ciertos personajes con el mismo nivel de relevancia que el actor manifestaron su indignación frente a él, con calificativos como despreciable, misógino, asqueroso, descerebrado, imbécil y un asco de persona.

No comparto lo dicho por Pelaccini, tampoco el lugar en que lo dijo, pero siento que se ha vivido una suerte de juicio popular. Si lo que se critica es un comentario que incita a la violencia, la forma de hacerlo también se ha excedido.

Para mí, esta persona no es un sicópata ni un terrorista, es un sujeto con una mirada del mundo que se ha visto violentada o amenazada por ciertos discursos feministas, y que ha reaccionado de manera inapropiada en un contexto determinado. Por lo que he visto, este linchamiento no ha cambiado la manera de pensar de Pelaccini, y creo que tampoco lo hará el que lo obliguen a capacitarse en teorías de género.

También he visto que mucha gente lo ha respaldado en redes sociales. Entonces, más que hacer un furioso juicio de valor, me preguntaría: por qué se piensa así, desde dónde se piensa así, qué es lo que hay que movilizar o transformar para que cambie el paradigma machista que todavía está asentado con fuerza en nuestra cultura.

Siento que el enfoque que se le ha dado al tema, más que buscar un diálogo o invitar a una reflexión sobre el discurso, se ha centrado en la persona, la sanción y la descalificación, evidenciando en algunos casos el reflejo de la rabia y hostilidad que representa, como lo ha definido Stephen Fry, una dinámica tóxica, binaria, de “o con nosotros o contra nosotros”, donde se asume el ser dueño de una certidumbre absoluta, que se vive en redes sociales, disfrazado de un discurso de lo políticamente correcto, que trae siempre el peligroso riesgo de una autocensura.

Cito un artículo de este Diario: “¡Qué bien que estas personas que ‘cuentan con micrófono’ nos dejen saber cómo piensan! y que se hable de estos temas, porque, como ellos, hay una legión que se manifiesta, en son de broma o en serio, en redes sociales y en todos los ámbitos, con expresiones similares y peores, denigrantes, ofensivas, de mal gusto, en doble sentido, cuando no condescendientes, apocadoras”.

Creo que un cambio real no se va a lograr desde la negación. Hay que escuchar, entender y dialogar, abrir espacios para una nueva colaboración. (O)