No cabe duda de que la agenda trazada por el Foro de Sao Paulo, luego del fracaso del comunismo en el mundo, fue llegar al gobierno a través de elecciones democráticas y, una vez allí, tomar el control de todos los poderes, devastar la institucionalidad y entronarse en poder in saecula saeculorum.

Éxito han tenido en Venezuela y Nicaragua, sociedades que, con mucha pena, van de a poco acostumbrándose al poder único que reparte pobreza y les suelta migajas del festín que los jerarcas engullen a manos llenas.

En el resto de la región han tenido altas y bajas, lo cual en sí es un fracaso, pues, la sola alternabilidad es ya un problema para la agenda totalitaria de izquierda. Ante esta realidad, parece que la nueva agenda es la calle; y desde la calle, desde el caos y el vandalismo, ayudados en ciertos casos por malos gobiernos, volver al poder para, en esta ocasión, no soltarlo más.

A finales del 2020 e inicios del 2021 el ambiente lucía muy favorable para la agenda paulista en la región: Lula habilitado legalmente para competir y un Bolsonaro entrampado en la crisis del COVID-19; Fernández y CFK avanzado a paso firme en su agenda de repartir pobreza y asegurar impunidad a sus huestes; Chile colapsado entre el despertar del extremismo vandálico y la torpe reacción de un gobierno que, al parecer, nunca imaginó lo que realmente estaba detrás de las violentas protestas; Ecuador con el casi seguro retorno del correísmo al poder y Perú y Colombia con una expectativa similar.

De allí que la elección presidencial ecuatoriana podría decirse que era una suerte de punto de inflexión regional, pues, había muchas teorías y estrategias en juego, que, de confirmarse, serían la receta para las siguientes elecciones en otros países.

Que los jóvenes votan por jóvenes, que el discurso de lucha de clases, por citar unas cuantas, se verían en acción en la elección ecuatoriana. De modo que todo el mundillo político de la región estaba pendiente de nuestras elecciones.

Por esa razón el triunfo de Guillermo Lasso y respaldado por Jaime Nebot y el PSC, ambos de derecha, de edad madura, con un discurso de cambio, paz y progreso, no fue solo el triunfo de la cordura y de los valores democráticos para los ecuatorianos que creemos que un mejor país es posible; sino, además, un mensaje positivo para la región: Que se puede ganar una elección sin agredir ni estigmatizar la rival; que los jóvenes quieren vivir en paz y buscan un gobernante capaz, sin importar su edad o condición socio económica; que el discurso de odio tiene un límite y que el ciudadano común busca recibir de sus gobernantes trabajo digno, salud y seguridad.

Ahora le toca el turno al Perú y luego a Colombia, que al momento de escribir esta columna vive días de angustia y dolor.

Hacemos votos porque la sensatez y la cordura guíe a tan queridos pueblos hermanos por la senda de la cordura, de la paz, de la democracia y el progreso. (O)