Cada vez que consumo una novela policial o una serie de horror me pregunto por qué me atraen las historias donde se practica el mal, ya sea motivado o gratuito. No se trata de moda o de cualquier otro punto de vista pueril. Aspiro a que la contemplación de la torcedura psicológica y de los efectos de las emociones destructivas me sean antídotos contra cualquier maldita inoculación involuntaria. Por eso, rápidamente las paso por el cedazo de la razón.

Vengo de ver Monstruo: la historia de Ed Gein, producida por el maestro del terror Ryan Murphy, y el espectáculo me gana, como debe ser, tanto para la impresión humana (no conocía a ese engendro) como para la estética (la alternancia de tiempos y realidades mentales y exteriores les dan una poderosa dinámica a las secuencias). Pese a que el cine nació para la pantalla grande, con qué facilidad las plataformas se han ganado un buen puesto en las vidas ávidas de narrativas.

‘La mirada de Humilda’

La serie tiene varios méritos, el primero no darle al espectador todo “comido y bebido”, es decir, el consumo fácil para el que basta poner los ojos y oídos. Solamente el ordenamiento de la historia sorprende porque entra y sale de la vida del asesino hacia los productos cinematográficos que inspiró (de allí que ya el segundo capítulo un Alfred Hitchcock campee por él, hasta dejar claro que el esquizofrénico Gein actuó como Norman Bates, en su enfermizo apego a su madre en Psicosis). En cambio, la religiosidad obsesiva de Mrs. Gein, que repitió incansablemente a sus hijos que las mujeres solo transmiten pecado, puso, con seguridad, las bases para la confusa identidad sexual del protagonista.

Los ocho capítulos no se dedican solamente al seguimiento cronológico de un disimulado enfermo mental (la gente lo estimaba), la libertad de la ficción “completa” su recorrido: con la chica “rara” que lo inicia en la atracción por los cadáveres mostrándole fotos de fosas comunes de las víctimas del Holocausto; con el hijo de la dueña de la ferretería que fue eliminada de un disparo y diseccionada como una res, cuya contemplación lo traumatiza hasta el delirio.

‘Hasta que empieza a brillar’

El desvarío de cualquier conducta, explicado con toda la gama de las enfermedades mentales (que hasta se convierte en estratagema de los abogados para defender a sus clientes), permite entender que Gein no haya sido condenado a una cárcel sino a un manicomio. Y reduce el odio de la población sana ante la crudeza de los eventos que los enajenados realizan siguiendo los oscuros dictados de sus psiquis. Pero ¿qué ocurre cuando sabemos que hay personas que torturan y asesinan porque una ideología decide eliminar a los que no se dejan convencer por sus principios?, ¿o cuando una religión predica que los enemigos de un dios deben desaparecer bajo el designio de un mandato o dogma?

Los libros de historias ya nos dieron las respuestas. Aunque tardías, las decisiones de los estados libertarios desarrollaron los juicios de Nuremberg, en una demostración de justicia humana. Los crímenes de Stalin, de Pinochet y de todas las dictaduras contemporáneas están descritos con tinta roja y hay que conocerlos en ese intento pedagógico de que no se repitan. ¿Qué se dirá de Putin y su voracidad imperial, del terrorismo que persigue un fin sin importar los medios? ¡Quién lo supiera! (O)