Coso no es el masculino de cosa. Aunque tiene otras acepciones, esta palabra significa fundamentalmente plaza de toros, por eso era corriente oír la expresión “el coso de Iñaquito”, para referirse a la Plaza de Toros Quito, el más importante y mejor construido escenario taurino que ha tenido la capital de la República. Para quienes amamos la fiesta brava es un lugar de bellas, notables y apasionadas memorias. Hubo tardes

de arte y de gloria, de peligro

y de fracaso, la tauromaquia

es una coreografía mortal que representa la vida en todas

sus facetas.

Nuestra urbe tiene una tradición taurina que arranca casi desde su fundación, de manera que se aproxima aceleradamente al medio milenio de existencia. Hasta el siglo XIX lo corriente era que se aderezaran provisoriamente plazas públicas y otros espacios abiertos para los festejos. Ya en los 1900 funcionaron, entre otras, la Plaza Belmonte, que aún es escenario de eventos varios y la Arenas, convertida en un lúgubre mercado de chatarra. Eran cosos pequeños, con servicios incompletos. En América solo Lima cuenta con una plaza de toros colonial, la de Quito es un edificio moderno que, desde un punto de vista arquitectónico y estético, no es gran cosa a pesar de que, no hace mucho, una decoración de mampostería intentó adornar su deslucida faz. De todas maneras, con su construcción terminada en 1960, la de la capital ecuatoriana se incorporó al circuito de plazas de primera. Aquí se vio a los mejores toreros del mundo.

Poco después de empezar este milenio un tsunami social, que comenzó con la violación de la constitución, arrasó con el orden jurídico ecuatoriano. El fluido de esta corriente era una chanfaina de socialismo, teología de la liberación, pseudoindigenismo y todas las manifestaciones del wokismo. Este último engloba grupos sectarios que dizque pretenden defender minorías de manera selectiva y agresiva. Uno de estos es el “animalismo”, con más precisión “mascotismo”, porque en realidad se limita a cuidar los “derechos” de un par de especies de mascotas. Este grupo consiguió incluir en una consulta inconstitucional una norma que abría la posibilidad de prohibir los toros. Al gobierno revolucionario no le interesaban los animales, pero con esta y otras preguntas similares, metían ruido que camuflaba medidas más graves como las que limitaron las libertades de opinión y de empresa.

Así fueron prohibidas en Quito las corridas de toros. Todo intento de revertir esta situación ha sido infructuoso y no se ven posibilidades políticas de que cambie el panorama. El coso quedó silente y sé que no volveré a oír sonoros oles en sus tendidos. Esto no soslaya la realidad jurídica de que es un inmueble privado, cuyos propietarios tienen derecho a dar alguna utilidad a sus instalaciones y al terreno en que se encuentran. No es histórica ni urbanísticamente relevante y sería ridículamente contradictorio que un municipio, que prohíbe las corridas de toros, imponga conservar una construcción a nombre de la “tradición taurina”. Por otra parte, la legitimidad de los toros se asienta sobre el derecho al libre uso y goce de la propiedad, que también debe aplicarse en el caso de este y cualquier predio. (O)