Con ocasión de la posesión del presidente de la República, los ciudadanos pudimos confirmar la pureza y naturalidad del amor que lo une con su esposa. Al nombrarla, un nudo en la garganta se apoderó de su voz y de su ser. Elocuentemente fue un hecho espontáneo y conmovedor. Varios días antes y en algunas entrevistas Guillermo Lasso había dejado en claro que el amor de su vida fue, es y será María de Lourdes. Y ha dejado sentado también, reiteradamente, su gratitud y admiración por su padre.

La actitud de rendir culto a los valores inderrotables de la vida es un muy buen punto, particularmente en una sociedad en la cual parte de ella aquilata en demasía los lujos, las marcas, las comparaciones. Mucho antes de ser presidente había leído su libro Carta a mis hijos. Me llamó la atención el marco de extrema austeridad en que había crecido, y especialmente su señalamiento de que el máximo lujo que se daba era el “pan de doble harina” que hacía su querida madre, y lo excepcional que le era tomar una Coca Cola. Siempre llevo en mí algunos de los relatos de ese libro, pues reflejan la dureza de una realidad y la dignidad de una familia para sobrellevar dicha situación.

El testimonio de vida de Lasso es un muy buen referente para todos aquellos que quieren tener todas las facilidades con el mínimo esfuerzo. No, la vida está llena de complejidades, dificultades e injusticias que hay que saber superar. Y para ello se necesita mucha voluntad, constancia y nobleza. Globalmente hablando, actualmente existe más pobreza que antes, pero paradójicamente hay más facilidades para combatirla gracias al internet.

En efecto, hay cursos gratuitos de diferentes idiomas, videos con muchas conferencias de reputados expositores en los más variados campos del conocimiento, las universidades publican las tesis de maestría, los buscadores de información son fantásticos. Por ello es excelente que la administración pública provea internet gratuito y tabletas a los estudiantes. Indudablemente ello contribuye a reducir las distancias entre ricos y pobres.

Si el rico es cómodo e inconstante a la larga perderá su riqueza y debilitará a su familia, que visualiza sus flaquezas. Si el pobre es luchador y constante puede sortear muchos obstáculos, y es posible que alcance la riqueza. Pero si lo logra y no sabe posicionar en su familia los valores que deben guiarla, será un perdedor. Polarizar la ambición por la riqueza e idealizar en demasía la vida son dos errores que, a la larga, dejan su huella.

La lucha por la vida exige, entre otros, estrategias bien pensadas, una dosis de utopía y extrema constancia. Las consecuencias suelen ser el fruto de las causas. Si las causas no son claras, el sendero y el destino serán difíciles de cristalizar. Si hay caminos meditados, determinación y lucha, el futuro será prometedor. Y un buen consejo: nunca olvidar al amor y sus profundidades, ni a las madres y su grandeza. (O)