Muy pocos podrán recordar la secuencia, pero de verdad, en mi refinado sentido del humor, la rememoro con mucha frecuencia porque nos desnuda y nos muestra día a día como esa sociedad que rasga sus vestiduras contra una corrupción que nos inunda hasta el cogote mientras señalamos la corrupción del otro, aparentemente ajena. Como esa sociedad que se indigna de la falta de compromiso, mientras no nos comprometemos a nada.

La escena corresponde a una película estadounidense de comedia que en la primera mitad de la década de los años noventa nos divertía y por ello se convirtió en una saga de hasta tres entregas: ¿Y dónde está el policía?, en su título en español, The Naked Gun 33⅓: The Final Insult, para su versión en inglés. ¿La recuerdan? El divertido teniente Frank Drebin, interpretada por Leslie Nielsen, dirigiendo sus investigaciones –más o menos como Moreno dirigía el país– siempre rodeado de desaciertos dejando que la suerte haga el resto… Pero la escena en mención, la que me recuerda lo ocurrido con el “contralor” del trujillato, Pablo Celi, la que pudo haber tomado la Asamblea o Carondelet como la locación perfecta, muestra un momento cumbre, punto de quiebre, donde el divertido policía, utilizando un amplificador, anuncia que el delincuente ha sido descubierto y va a ser detenido. La alerta va dirigida a toda la audiencia reunida en una suerte de plenario, con luces y mesas y comida y meseros, y trajes de lujo y bambalinas, y champán y perfumes caros, y el resto de la parafernalia necesaria para aparentar lo que no se es.

La reacción del villano finalmente sorprendido, para evitar ser detenido, fue la de levantarse abruptamente, tomar a la dama de su derecha o izquierda, apuntarla con una pistola, someterla como su rehén para garantizar el escape final. Solo que dicha acción ocurre en simultáneo, en más de una docena de mesas de aquel ágape más refinado que mi sentido del humor. Y terminan por exhibirse en sus conciencias al creerse pillados.

Muchos pensaron en tomar su rehén cuando sospecharon que finalmente fueron descubiertos. Y los holgazanes que asistíamos al cine lo festejábamos con una carcajada, antes de ponernos a la expectativa por la nueva ocurrencia del divertido policía –como en los discursos de Moreno–.

Pablo Celi, que al parecer ya no es muy útil en ese cargo, cae en desgracia y es apuntado por Fiscalía en unas investigaciones que lo único que esperaron fue el cambio de gobierno. Fiscalía hace el anuncio y en simultáneo, en todas las provincias, en muchas instituciones del Estado susceptibles de exámenes especiales, en muchas honras ilustres, hay como un repentino sobresalto –como el de la secuencia del divertido policía, al punto de tomar a su propio rehén– y se desata una cadena de pedidos directos para soltar –salvar– a Celi y quizá a ellos mismos.

Así, el caso Las Torres nos va desnudando como sociedad y no solo como un tema de actores políticos. Un caso que pone en el centro de la atención a glosados e investigados, a favorecidos y favorecedores, a acusadores y acusados. ¿Y dónde está Celi?

Una trama que nos obliga a seguir pendientes de próxima escena de la tragicómica política ecuatoriana. (O)