Siempre he cuestionado eso de que el aprendizaje es –debe ser– unidireccional de los adultos a los niños o de los maestros a los alumnos. Con la globalización y el pasar del tiempo confirmo que el aprendizaje no solo es multidireccional sino también es interseccional, intercultural e infinito. Los adultos, los jóvenes y los niños tenemos un proyecto de crecimiento en conjunto y, para ello, debemos aprender en múltiples vías. La sociedad se nutre de la experiencia de los adultos, de la creatividad y empatía de los jóvenes y de la sencillez y humildad de los niños.

Desde que era pequeña siempre me senté a la mesa con los grandes, mis opiniones y criterios nunca fueron omitidos o silenciados, todos éramos considerados iguales en casa. Me atrevo a decir que, así como yo aprendía de ellos, ellos aprendían de mis ingenuas y jocosas ocurrencias. Escuchar a mi familia en la sobremesa era maravilloso, porque más allá de decir las cosas con franqueza y apertura absoluta, todos sentíamos que el aprendizaje era mutuo, los menores se nutrían de la experiencia de los adultos, como si nosotros fuésemos una semilla que buscaba crecer con el tallo y raíces firmes; y ellos, de nosotros, como si fuesen un árbol con el tronco ya grande, que seguía dando retoños y encontraba nuevas formas de mantener su verdor y sobrevivir.

Los humanos somos como los árboles. Los adultos son como un bosque primario, lleno de árboles gigantes que han sobrevivido durante siglos pese a las talas o plagas y albergan historias y especies. Los niños y los jóvenes somos los bosques secundarios que llegamos a ocupar espacios cuando parte del bosque primario se ha ido, nos adaptamos rápido, crecemos de una manera distinta, con la experiencia de tener árboles antiguos que nos dan la guía para saber hacia dónde debemos crecer, buscar el sol y conseguir nutrientes mientras ellos se adaptan a nuestra vitalidad y vehemencia en crecer y transformar.

La sociedad es como el bosque entero, lo primario y secundario conforman el todo. Juntos mantenemos la vida, la evolución, el continuo crecer buscando el sol que está por encima de las ramas más altas, a donde todos queremos llegar, sin limitaciones.

Los seres humanos deberíamos siempre aprender a nutrirnos del bosque completo, acompañarnos, vivir por el bosque y entender que somos codependientes mental, emocional y culturalmente.

Poco a poco entendemos que lo más importante para la convivencia y encontrar respuestas es necesario el respeto, abrir la mente, los oídos y el corazón. Entendemos que la juventud y la niñez también enseñan. Que, así como siempre será maravilloso escuchar a los abuelos las anécdotas de cómo era el cortejo, las costumbres, las limitaciones y carencias de sus vidas, los logros por los que lucharon, será igual de valioso que ellos nos busquen para aprender de tecnología, de movimientos sociales, de causas, del cambio. Siempre terminaremos riendo, ya que ellos reconocen que lo que decimos ahora, ellos ya lo pensaron pero que no tuvieron valor para decirlo, pero que nosotros logramos usar esa voz, porque por ellos hoy estamos aquí. (O)