Muchos se llevaron una gran sorpresa cuando vieron las fotos de Holly Golightly en la primera plana de los periódicos. Playgirl detenida en medio de escándalo por narcotráfico. Actriz capturada debido a contrabando de drogas. Se desarticula una red de traficantes de drogas; la policía se encuentra interrogando a una joven del gran mundo.
Pero quien conocía a Holly Golightly no tenía por qué asombrarse. Sabía que se trataba de una chica marcada por un pasado traumático de abusos y carencias. Debajo de su coraza de glamour y lujos se escondía una mujer despiadada, que enfrentaba la vida con cinismo, sin códigos éticos que sirvieran para interponerse entre sus acciones y el deseo de amanecer desayunando en una tienda de diamantes.
Holly era incapaz de adaptarse a estructuras. Evitaba las etiquetas hasta el punto de que nunca pudo ponerle nombre a su propio gato. Decía, refiriéndose a sí misma, que un ser salvaje no merecía la pena de ser querido y que era un error intentar domesticar a ciertas criaturas que no se pueden encerrar entre paredes ni entender cómo seguir reglas de convivencia.
Las primeras planas de los periódicos de Guayaquil se llenan diariamente de fotos de delincuentes.
Alguien se sorprende al descubrir que el vecino de la camioneta blindada era parte de una red de narcotráfico que vendía drogas al por menor y extorsionaba a las tiendas de barrio.
Otro se ruboriza al enterarse de que el próspero compañero del colegio formaba parte de un entramado de corrupción que lucraba ilícitamente con la venta de insumos médicos a los hospitales del seguro social. Y, finalmente, hay quien se asombra al saber que el connotado abogado de prestigiosas empresas servía como intermediario para el cometimiento de sobornos y peculados.
Ciertamente, la ciudad de nuestros amores está marcada por un pasado de abusos y carencias. El que la conoce sabe que aquí se ha aprendido a vivir cínicamente, derogando los códigos éticos en la búsqueda de apariencias y lujos.
La consigna se ha vuelto el deber de acostumbrarse a sobrevivir en medio del caos, improvisando, negociando con la moral y coqueteando con los límites de la legalidad, con el objetivo de manejar el carro más grande y vivir en la más ostentosa mansión.
Los titulares que escandalizan a los conocidos de Holly Golightly se asemejan a nuestros noticiarios.
El narcotráfico, las redes de corrupción en la contratación pública, y el procesamiento penal de personajes que ayer eran celebridades sociales y hoy aparecen esposados.
Entonces es casi inevitable no pensar en el gato sin nombre y en la idea de lo salvaje. ¿Será que hay ciertas cosas que no se pueden domesticar? Una ciudad que se mueve entre la belleza y la brutalidad, entre la desesperación por vivir rodeado de diamantes y los delitos execrables de criminales comunes y de criminales de cuello blanco. ¿Será que nuestra ciudad es un animal salvaje que no merece ser querido? ¿O será que, precisamente por eso mismo, es que necesita serlo más que nunca? (O)