El pensar que la mayoría tiene el derecho de elegir a sus gobernantes y que además el poder lo tiene esa mayoría para pedir cuentas a sus administradores suena una buena propuesta, coherente y alentadora. Pero, pensemos en quién es esa mayoría de electores. Sí, hay recelo solo el pensarlo porque podemos ser groseros y pecar de elitistas si como resultado de la reflexión decimos que la gran mayoría no se basa en propuestas electorales realizables, sino en regalos ofrecidos en campañas.

Nos pueden señalar de pedantes si decimos que la gran mayoría de ciudadanos no están preparados para votar, que es un peligro para la estabilidad del Ecuador, pues su voto es emocional, que poco o nada escuchan las propuestas, que estas al final no importan y por eso los candidatos prometen ‘pajaritos preñados’. Que votan por la imagen, no importa si esta es mala, pero el candidato es conocido. No importan las investigaciones de corrupción que haya publicado la prensa sobre algún candidato, pues igual votan por ese mismo. No importa si ya los hechos le han demostrado a la ciudadanía que hay candidatos que cuando llegan al poder traicionan a sus propios electores, pero cuando se reeligen, igual votan por ellos.

La relación que existe entre candidatos políticos que aspiran a un cargo público y la ciudadanía es lo que ahora llaman: una relación tóxica. El candidato falla cuando está en el poder, porque incumplir es su modus operandi, pero no importa, igual votarán por él. Esas relaciones de poder también vienen de opresiones psicológicas y continuas de las cuales el país no sale. La masa vota por el más conocido con una resignación que parece decir “eso es lo que hay, no hay otra opción”.

La masa vota por el más conocido con una resignación que parece decir “eso es lo que hay, no hay otra opción”.

Dicen que pasarán varias generaciones para que la sociedad ecuatoriana tome conciencia de por quién vota. O que debemos pasar desgracias mayores para que seamos reflexivos con nuestro voto. Pero algunos ciudadanos también suelen manifestar, pero “¿por quién votamos, pues son los mismos corruptos de siempre que se lanzan?”. El voto nulo, blanco o el ausentismo puede representar inconformidad con los candidatos, sin embargo, en democracia solo representan una cifra que no cambia el resultado final. Y esta pregunta es buena porque con qué derecho los acusados de corrupción, que hasta grilletes tienen, siguen siendo elegibles.

Para cambiar el voto emocional se necesita una buena educación hacia los niños para que primero se interesen en política desde pequeños y luego puedan elegir, es decir, hace falta formación para ser conscientes con el entorno, no decir “allá ellos, la clase política es otro mundo, todos roban”, porque resulta que esos políticos que llegan al poder trabajan para nosotros, es decir, nos tienen que rendir cuentas.

Pero también seamos realistas, esa formación política llega solo a los que tienen acceso a educación de calidad, que es para la masa. La democracia funcionaría cuando todos estén aptos para votar. Y además en los votantes también haya sólidos valores, como la ética. Con esto tampoco apoyo las dictaduras, porque si un corrupto llega al poder y domina todo quedamos igual o hasta peor. (O)