El International Crisis Group publicó, el pasado 12 de noviembre, un informe titulado ¿Un paraíso perdido? La lucha de Ecuador contra el crimen organizado, en el que sostiene que, durante décadas, Ecuador fue una excepción de paz en una región donde sus vecinos sudamericanos se hundían en conflictos vinculados al narcotráfico. Ese escenario ha cambiado por completo. Hoy, Ecuador se ha convertido en uno de los países más violentos del mundo, al transformarse en un punto clave del tráfico de drogas.
El estudio no aborda la corresponsabilidad que tienen los países consumidores –especialmente Estados Unidos y, más recientemente, Europa– en el aumento de la demanda. Colombia pasó de producir 1.000 toneladas de cocaína en 2019 a 3.700 toneladas este año, un incremento del 300 %, destinado a abastecer un mercado que también se ha triplicado. La incapacidad de estos países para controlar la demanda de decenas de millones de consumidores termina desangrando al Ecuador.
Los autores del informe sostienen que, tras casi dos años de una “autoproclamada guerra contra los grupos criminales”, el país continúa enfrentando una oleada de violencia. Pese a los esfuerzos de la Policía y las Fuerzas Armadas, la criminalidad sigue aumentando, y la tendencia continuará si no existe un esfuerzo nacional y una política mucho más estratégica.
Lo verdaderamente preocupante es que resulta difícil –por no decir imposible– generar acuerdos nacionales para enfrentar la violencia asociada al narcotráfico mientras sigamos atrapados en disputas parroquiales, donde prevalecen los intereses de minorías por encima de los intereses nacionales.
El estudio señala además que los grupos narcotraficantes han arrastrado al Ecuador al corazón de la cadena global de suministro de narcóticos. La ubicación del país entre los mayores productores de cocaína –Colombia y Perú– lo convierte en un corredor ideal para el tránsito hacia los mercados de consumo. A ello se suman la economía dolarizada, la corrupción galopante y un electorado poco ilustrado, una combinación que pavimenta el camino hacia el desastre.
Ecuador cuenta, además, con facilidades portuarias que resultan altamente atractivas para las organizaciones transnacionales, las cuales hace tiempo dejaron de ser simples “carteles criminales” y hoy se han convertido en uno de los sectores económicos más poderosos del mundo, con movimientos financieros que rivalizan con las farmacéuticas, la industria armamentista y la tecnología.
Nos enfrentamos a un fenómeno complejo: intentar resolver un problema interno sin considerar las implicaciones transnacionales que constituyen la verdadera “causa raíz” de nuestro dilema. Durante medio siglo, los países latinoamericanos han intentado de todo. Debemos aprender que nadie vendrá a resolver nuestros problemas. Nuestro futuro depende única y exclusivamente de nosotros.
Inmersos en la geopolítica de la droga, debemos ser conscientes de que la era de paz terminó y no regresará si no decidimos, como nación, recuperarla. (O)