Selah es una palabra árabe que se repite más de 70 veces en la Biblia. Su transliteración significa “hacer una pausa y reflexionar” sobre todo aquello que nos pasa, lo que trasciende, lo que no controlamos. Hacer introspección sobre lo que llega para transformar. Los escribas lo sabían: ese cambio empieza por escuchar con detenimiento las señales del universo y atreverse. Glennon Doyle, la autora de uno de mis libros favoritos, le da este significado: “El selah es ese vacío anterior a un big bang de una mujer renaciendo a un nuevo universo”.

Hoy cumplo 24 en tiempos y condiciones que me han dejado algunas cosas claras, otras cosas por resolver y con todo un camino por delante. Años que son el resultado de todo aquello que nunca esperé vivir, pero de lo que debía suceder imperativamente. Rompí patrones, quebré ideas, materialicé ideales. Abandoné expectativas de las cosas que “debían ser” y empecé a maravillarme y agradecer por las sorpresas. 24 que llegan para enseñarme el significado de libertad e independencia, que no son otra cosa que un verdadero compromiso y responsabilidad. Ser libre es ser consciente para hacer una elección, comprender la magia de la rutina, crear una verdadera conciencia sobre lo que quiero, instaurar tradiciones propias y muchas veces lanzarme al vacío llena de miedo. Sin paracaídas ni casco, evitando pedir ayuda, aunque la necesite.

Pocas veces hablamos de lo que implica emocionalmente crecer y salir. De casa, al mundo. Los desafíos que conlleva enfrentarse contra todo, contra tanto. Cientos ya lo han vivido. Lo hicieron por necesidad, obligación o rebeldía. No existe la receta ni los ingredientes para que funcione. Solo sé, que contrario a plantearme un posible escenario negativo, debo empezar a atraer todo lo bueno que puede suceder, aunque sea errática y crea a veces tener todas las respuestas. Llevo en la maleta miles de dudas. ¿Estoy lista y este es el momento? Probablemente nunca lo sepa, pero si no tomo impulso, no aprendo a volar. ¿Qué me llevo? ¿Qué se queda? Siempre he creído que el hogar es tan poderoso que, aunque uno se vaya, siempre hay algo que lo llama para regresar. Siempre. Y, nos llevamos todo también.

Confío. Confío en que, si no me pruebo a mí misma, nunca me enteraré de lo incómodo de la monotonía ni me enfrentaré contra el mundo fuera del nido en el que crecí, que ha sido y será siempre el espacio más seguro y cálido del mundo. Es momento de celebración y despedidas, de enfrentar y hacerme amiga del miedo, de saludar a los nuevos comienzos y buscar nuevos desafíos. De crear nuevos lazos, de honrar a los viejos amigos y abrir los brazos para los nuevos. De extrañar incansablemente a la familia y de agradecer por el privilegio que se siente tener a personas que te sostienen y acompañan.

Los seres humanos somos errantes. Somos como ese big bang. Necesitamos explosionar para brillar, arder y crear. Hoy, soy mi propio sol y mi propia tierra. Necesito de ambos para empezar el viaje. Y solo cuando el viaje haya terminado, terminan las infinitas posibilidades para ser, aprender y crecer. Y para que inicie la travesía, hoy me voy de casa y me llevo a mí. (O)