La semana anterior una delegación del Comité Empresarial viajó a Washington en compañía del viceministro de Comercio Exterior a contactar entidades gubernamentales, multilaterales y privadas que desempeñarían un papel positivo o en su defecto obstructivo para un posible acuerdo comercial con EE. UU. Fui parte de la comitiva.

La elección de Lasso realzó la imagen de Ecuador en Washington. Chile y Perú, los más exitosos casos de economía de mercado de los siete países andinos se aprestan a darse gobiernos de izquierda marxista; en cambio, Ecuador rechazó a Rafael Correa y a su avatar, optando por un candidato que propugna la economía de mercado. Eso pesó mucho para los gremios empresariales. Los funcionarios del gobierno de Biden se mostraron gratamente sorprendidos de que Lasso haya apoyado a una mujer indígena para presidir a la Asamblea, con lo que simultáneamente se cumple con los objetivos de equidad de género y presencia de las minorías étnicas en la cúspide del Estado.

La embajadora Baki armó una agenda de contactos de altísimo nivel. A la recepción que brindó a la delegación asistieron altos funcionarios del gobierno de Biden así como al menos el presidente de una comisión legislativa, todos con responsabilidades vinculadas a Sudamérica, y los funcionarios a cargo de las negociaciones comerciales. Alcanzar un acuerdo comercial con los EE. UU. requerirá arduo esfuerzo. Los acuerdos normalmente se logran cuando el Congreso otorga al presidente la autoridad de promover el comercio (TPA), esto es, que el Congreso conserva el derecho a aprobar o negar, pero renuncia a modificar un acuerdo. La actual TPA, vigente desde junio 2015, expira el jueves 1. No hay indicios de que Biden vaya a solicitar su extensión. A pesar de ello, hacen bien el gobierno de Lasso y la empresa privada en mostrar unidad de propósitos y en emprender la remoción de obstáculos a un posible acuerdo. Cuando EE. UU., México y Canadá firmaron el TLCAN en 1992, Chile esperaba venir después, pero le cerraron la puerta en las narices. Chile perseveró y alcanzó un acuerdo en un santiamén cuando el Congreso otorgó un nuevo TPA. Pero fueron diez años de espera. Ecuador tuvo la oportunidad en el gobierno de Alfredo Palacio, cuando se negoció el acuerdo andino, pero la desperdició.

Hoy el Ecuador aspira a un acuerdo aún sin TPA. Hay que neutralizar a los detractores en el Capitolio. Convencer a gobiernos y empresarios de que la producción exportable de Ecuador no presenta competencia a la suya, sino que exportaremos lo que ya compran a otros países, lo que beneficiará a los consumidores por la más amplia oferta. Que el acuerdo permitirá a las empresas estadounidenses recuperar espacio en el mercado ecuatoriano, el que pierde ante Europa, que paga aranceles menores. Lo más importante es hacer que las autoridades estadounidenses tomen conciencia de que a EE. UU. le conviene que tenga el mayor de los éxitos este país andino que hoy es el portaestandarte regional de las libertades civiles y humanas, la economía de mercado y la expansión de servicios sociales. Para que presten atención pueblos que hoy buscan inspiración en V. I. Lenin, Mariátegui, Hugo Chávez y Xi Jinping.

Que nuestros legisladores comprendan la imperiosa necesidad de un acuerdo es harina de otro costal. (O)