Las redes sociales están inundadas ya de comentarios y conclusiones sobre supuestos acuerdos en la Asamblea que se avecina. Se habla de impunidad, de juicio a la fiscal, de juicio al presidente Guillermo Lasso, y muchas cosas más.

En el Ecuador tenemos capacidad de llegar a conclusiones de teoremas sin postulados o axiomas ya demostrados previamente. Es decir, el famoso LQQD, “lo que queríamos demostrar” se lo enuncia sin los debidos respaldos.

Enfrentamos enormes problemas, y enfrentamos el reto de por primera vez en forma constitucional tener un gobierno interino, un gobierno muy corto, que no tendrá el tiempo necesario de corregir los graves problemas estructurales, pero que tiene el tiempo para construir los puentes y promover el diálogo entre todos los sectores del país.

La solución del Ecuador parte (y lo he venido sosteniendo por años) de lograr una agenda nacional que involucre la voluntad de todos los sectores del país. Una nación no se desarrolla porque un gobierno es bueno, sino porque hay un sentido de país con un destino al cual llegar, y es un proceso de décadas, para derrotar la pobreza y lograr la equidad.

Cuando la voluntad de dialogar no existe, cuando se excluye al otro, sucede lo de Gaza e Israel. Sencillamente se acaba en un conflicto de macabras consecuencias.

Los colombianos, conservadores y liberales, después de la guerra de los mil días de fines del siglo XIX y comienzos del XX, y después de décadas de violencia en el siglo XX, firmaron en Benidorm, ciudad de la comunidad valenciana, en la provincia de Alicante, el llamado “Pacto de Benidorm”, donde dos gigantes de la política colombiana, el liberal Alberto Lleras Camargo y el conservador Laureano Gómez, representando a sus partidos, acordaron poner fin a la crisis política de Colombia.

Pocos conflictos en la historia tan violentos y cargados de odios, como la guerra civil española. Pero llegó un momento en que los herederos de los republicanos antimonarquistas, con muchísimos comunistas en sus filas, se tuvieron que sentar a negociar con los herederos de la monarquía y acérrimos rivales de ellos en la guerra. Había muertes, torturas, fusilamientos de por medio. Nada comparable a nuestra relativamente pacífica vida política del Ecuador. Y ahí, en la Moncloa, firmaron el acuerdo que sellaría el inicio de la España moderna, acuerdo sin el cual ese país no habría logrado lo que ha alcanzado hoy.

El gobierno de transición tiene que encontrar un país dispuesto a sentar a todos los ecuatorianos a buscar las soluciones a los problemas. A los gobiernos toca proponer y a la clase política evaluar las propuestas, para que, surgiendo de acuerdos, se logren los objetivos nacionales que tanta falta nos hacen.

Hay sobradas razones para que muchos sientan un especial desafecto hacia ciertos sectores, que persiguieron, que abusaron del poder, para otros que han sido anarquistas, para otros acusados de un oportunismo permanente. A cada cual se le inculpa de algo. Pero todos esos reciben una votación y gústenos o no representan a un porcentaje de la población. Y, normalmente, en el Ecuador la Asamblea representa más a partidos que no son de gobierno. Por ello, no hay manera de salir si adelantamos conclusiones y no estamos al diálogo entre todos. (O)