Quisiera mencionar la expectativa que con cierta ligereza se apodera de la ciudadanía al inicio de cada jornada electoral (como la que se desarrollará el próximo domingo 5 de febrero), con la aspiración de presenciar campañas políticas que lideradas por candidatos llenos de civismo e inteligencia colmen de inspiración y esperanza a la población en general. Sin embargo, la frustración es amarga e inmediata, pues resulta que las campañas en lugar de inspirar no pasan de ser caricaturas de mal gusto y los candidatos en lugar de civismo son una muestra clara del nivel de mediocridad política que existe en el medio.

En ese escenario, siempre cabe la reflexión de que si nuestro pueblo tiene la clase política que se merece, en alusión a la “ignorancia de la sociedad en turno y a su incapacidad para formular un voto consciente”, lo que descargaría la responsabilidad no solo en los candidatos impresentables con sus campañas de pacotilla, sino también en una sociedad que en lugar de despreciar el despropósito, lo acepta sin posibilidad de crítica y rechazo.

¿Cuántos aspirantes se disputan cada dignidad en los comicios seccionales del 5 de febrero?

Siguiendo dicha línea narrativa, la responsabilidad no se descarga entonces solamente sobre los candidatos y sus campañas, sino también en el pueblo, carente de la lucidez necesaria para excluir de una vez por todas a la plaga política que nos infesta y nos traumatiza.

Al respecto, el escritor y político francés André Malraux (1901-1976) sostiene que no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, “sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”; ¿pero es posible entonces que tengamos esos candidatos porque realmente se parecen a lo que somos?

En realidad, nadie puede discutir que nuestros actores políticos son producto de un “ambiente histórico/cultural y social”, presumiendo en el caso de los candidatos que en sus campañas tratan de incorporar los hábitos y gustos populares, excluyendo obviamente cualquier grado de exigencia académica.

Ese detalle se torna más evidente con la incorporación de las redes sociales como medios de divulgación de la propaganda política, con todo el facilismo y desparpajo que es posible encontrar actualmente en dichas redes; así por ejemplo, hay videos de varios candidatos publicados en la red social TikTok que son una verdadera burla a la inteligencia. Sería interesante preguntarse si acaso esos candidatos están pensando que esas “manifestaciones expresivas o modelos de comportamientos son de gusto y complacencia del pueblo”, a tal punto que las incorporan sin ningún tipo de pudor, incluso con alguna dosis de satisfacción.

Sería aventurado exigir a los candidatos que desplieguen campañas de alto nivel cultural e intelectual, pues no hay duda de que deben tomar en cuenta los hábitos de la población con el fin de elaborar estrategias orientadas a conseguir el apoyo electoral. Pero no por esa razón los candidatos están obligados a convertir sus campañas en un desfile afrentoso, digerible solo en circos de mala muerte. Y ellos, en rol activo de mamertos payasos. (O)