Contrario a la utopía de mi mundo ideal sin desnutrición infantil, violencia, fronteras, distinción de clases, inequidades, la realidad dolorosa, que muy pocos logramos entender, es distinta. Nadie puede entender lo que no conoce, por eso, pongamos sobre la mesa que, para hablar de las movilizaciones humanas forzosas, se requiere de nuestra máxima humanidad y empatía.
No es fácil asimilar y lograr entender el trasfondo de una decisión desesperada y lacerante como es el huir del hogar, puesto que no vivimos un conflicto constante, el amedrentamiento por parte de grupos subversivos, políticos o religiosos, la extorsión o el reclutamiento de niños para que sean parte de grupos paramilitares. Según cifras de la Acnur, casi ochenta millones de personas en el mundo han tenido que buscar refugio. En algunas zonas limítrofes existen campos de refugiados que reciben a ciudadanos de países como Sudán del Sur, Siria o Birmania para intentar satisfacer los mínimos de vida digna.
Nuestros casos más cercanos se han dado producto de un conflicto de más de cincuenta años con la guerrilla y el narcotráfico y por una crisis humanitaria y razones políticas que han dado como resultado el éxodo masivo de casi seis millones de personas en cuatro años. ¿Se imaginan abandonar el lugar donde viven únicamente con la ropa que llevan puesta, sin documentos de identidad y que el viaje sea a pie durante semanas? Con el riesgo inminente de ser abusadas o forzadas sexualmente para poder avanzar algunos tramos, familias separadas y niños abandonados.
Un refugiado se enfrenta a un desplazamiento forzoso por su raza, religión, nacionalidad, ideología, pertenencia a un grupo social o por el hecho de que exista una emergencia y una crisis humanitaria, factores que hacen inviable la permanencia. Esto es solo el inicio de una travesía que se inicia con esperanza pero que puede concluir en una suerte de vivir con la angustia de no encontrar un lugar para dormir o un plato de comida. Un temor constante entre salir de un lugar porque no puedes quedarte para llegar a otro con la esperanza de que la xenofobia y la intolerancia no terminen de destruir tus sueños.
Hemos calificado y etiquetado a las personas arruinando a la humanidad. Hemos reducido la situación a estadísticas y números dejando de lado el problema real y a los verdaderos responsables. El cuestionamiento y la búsqueda de soluciones van más allá de exigir políticas de fronteras abiertas, progresismo migratorio o iniciativas no gubernamentales.
Cuando escuchen a Freddy Mercury, lean a Isabel Allende, aprendan de Malala o estudien a Einstein, recuerden que ellos huyeron y tuvieron una segunda oportunidad. Espero que poco a poco sea más fácil de entenderlo, incluso para tomar decisiones complejas ante la disyuntiva constante de quién merece las segundas oportunidades cuando sabemos que nuestros compatriotas también pasan cientos de carencias. La realidad es dolorosa… resalta lo desgarradoras que son las diferencias y lo imperante de que hagamos algo para eliminarlas.
En honor a los cientos de niños que, como Aylan, no lo lograron y no tuvieron esa segunda oportunidad. (O)