Tomasi di Lampedusa, en sus reflexiones sobre literatura inglesa, diferencia las novelas de Daniel Defoe –ahora restituido por su Diario del año de la peste– y Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, frente a las de Samuel Richardson. Señala que los dos primeros no escriben novelas en sentido estricto, sino que dan cuenta del impacto trágico que sufre un individuo frente a la naturaleza (la peste) o la sociedad (los mundos minúsculos o gigantes que visita Gulliver). Son narraciones de duelos, dice Lampedusa. Solo hay novela, añade, cuando se produce una dialéctica de pasiones entre los seres humanos. Eso es lo que encuentra en las novelas de Richardson, sobre todo en su extensa Clarissa.

Ese matiz me permite comprender la novela del escritor ecuatoriano Adolfo Macías, Geografía del asombro (Seix Barral, 2020). Con esa fluidez que caracteriza sus obras más recientes, Macías introduce una novela dura, despiadada, desgarradora, como si fuera un sobrevuelo silencioso al amanecer, que termina bombardeando a una sociedad por completo. Inspirado en el terremoto que asoló la Costa ecuatoriana en 2016, aborda una historia colectiva a partir de sus sobrevivientes y en concreto de un grupo humano alrededor de un director de orquesta y compositor, Antonio Bass, que incluyen a su esposa, a sus hijos –sobre todo Damian Bass, eje y enigma de la novela–, a sus discípulos y colaboradores, y una plana de personajes secundarios perfectamente perfilados que entran en la dialéctica de la que habla Lampedusa. Bass quiere componer una sinfonía a partir de la tragedia y termina descubriendo que es mayor su tragedia personal. El terremoto abre la tierra para asombrar con su geografía de miserias y esplendores. En la estela de su novela anterior, El mitómano, aquí interesa también el proceso creativo y fabulador del ser humano, esta vez insertado en una sociedad donde hay un duelo con la naturaleza, el terremoto, y también un duelo, en el sentido de luto, es decir, de pesar por la pérdida sin olvido, con un país que ha heredado, durante siglos, los mismos modos de explotación social, desigualdad y corrupción de alta y baja estofa. Macías no hace retratos simples ni declaraciones políticas fáciles, sino que llega a esa dimensión integradora por un original manejo de estratos míticos y fantásticos –imperdibles los breves relatos alucinados de Damián Bass– que iluminan mejor lo que una militancia de evidencias dejaría en un fuego fatuo solo para adeptos. Geografía del asombro es una obra superior donde la historia personal y secreta de sus personajes es desgarradora por sí misma, como la escena inolvidable de un padre colocando las cenizas de su hijo sobre el ataúd de su madre. No se me borra solo porque la imagen sea escabrosa sino por toda la construcción que el novelista ha creado previamente con sus personajes. Son fabulaciones que implican a la sociedad en la que se desenvuelven. Pocas veces se puede ver un manejo colectivo tan bien logrado en una novela en la que hay un duelo con la naturaleza y, al mismo tiempo, una dialéctica de pasiones. (O)