Ya quisiéramos en el país tener muchos políticos como Rodrigo Borja, quien acaba de fallecer en Quito, a los 90 años. Tuve el privilegio de verlo en acción cuando yo empezaba en el periodismo y él gobernaba en el tercer capítulo de la democracia ecuatoriana, luego de la hasta ahora última dictadura militar, la de los triunviros.

Hombre sereno, pero firme, recuerdo en Borja al intelectual que hacía sus esfuerzos por conectar con lo más popular del electorado y por ende de la mayoría de nuestra sociedad, para alcanzar su objetivo de gobernar con el concepto que pregonaba y que marcaba en el país el camino de una izquierda racional: Justicia social con libertad.

Hombre de ideas profundas, justamente esa fue la supuesta debilidad que sus adversarios políticos, que le llevaban años luz de ventaja en el arte del populismo tarimero, trataron de sobredimensionar permanentemente, para encasillarlo en el ámbito de los desconectados del pueblo y por ende desconocedores de las necesidades que este pasaba y que aún ahora siguen estando sin resolver.

Uno de esos adversarios, el de la hora decisiva del triunfo presidencial, intentó sin éxito descenderlo al albañal, con vocabulario florido y alusión incluso de su intimidad. Otros adversarios intentaron ridiculizarlo porque, en su afán de ser empático, vistió de militar cuando iba a cuarteles, o usaba gorra de ferrocarrilero cuando entregaba locomotoras que hasta hoy existen en ese maltrecho servicio de transporte. Antes y después los mandatarios también han hecho aquello de mimetizarse con sus subalternos, pero como Borja era el letrado que lo intentaba, entonces las críticas y mofas fueron magnificadas.

La Enciclopedia de la Política, esa titánica labor literaria que asumió de manera individual una vez alejado del poder, parecía misión imposible. ¡Cómo una sola persona, por más conocedora que sea, pretendía hacer toda una enciclopedia! Pero la publicó, pues prefirió dedicarle largas horas de trabajo a esa tarea que a seguir participando más de una vez en procesos electorales nacionales o seccionales. Acogió el rol de expresidente sin tratar de manejar los hilos desde fuera de Carondelet.

Hoy que Rodrigo Borja ya no está entre nosotros, cómo quisiéramos tener herederos políticos suyos, de su discurso, de su nivel de oratoria, que permitan elevar la discusión, y que asuman, con sabiduría y temple, las soluciones más efectivas y a la vez menos socialmente dañinas para males como el del crimen organizado que nos agobia.

Quizás Borja tuvo el tiempo y la paciencia para macerar sus ideas y saber ponerlas a andar en la mitad de su vida, pues en sus impetuosos treintas y cuarentas, la democracia era esquiva en el país y las botas ocupaban en buena medida el poder latinoamericano. A diferencia de ahora que la maduración política ha dejado de ser valorada y lo que se impone son estrategias montadas en toda la gama de recursos que ofrece la tecnología, lo que nos está dejando legiones de políticos enfocados en la forma y no en fondo, y muchos de ellos con ansias de gozar de las mieles del poder, más que de administrar los sinsabores de las permanentes crisis. (O)