En la era de la inmediatez, la inteligencia artificial (IA) se ha consolidado como un poderoso acelerador de resultados, capaz de ofrecer soluciones en segundos. Sin embargo, este empujón hacia la eficiencia corre el riesgo de diluir las etapas fundamentales del desarrollo humano: la observación, la duda, el ensayo y el error, pilares que fortalecen la creatividad y el pensamiento crítico.
El proceso análogo de aprendizaje –ese que exige paciencia, reflexión y confrontación con la dificultad– estimula el cerebro en profundidad. Cada etapa recorrida construye neuronas, criterio y empatía, competencias que ningún algoritmo puede replicar. Resolver un problema paso a paso no solo nos enseña qué hacer, sino por qué hacerlo. Esa comprensión profunda es la que permite tomar decisiones asertivas, éticas y sostenibles, algo que solo el ser humano, con su sensibilidad y contexto emocional puede lograr.
La tecnología puede ser una aliada brillante si se usa como herramienta de apoyo y no como sustituto del pensamiento. Invito a los lectores a investigar las mejores prácticas de uso responsable de la IA, aquellas que potencian la inteligencia humana sin reemplazarla. Porque los procesos reflexivos y los errores no son obstáculos: son los verdaderos maestros de la vida, los que nos enseñan a comprender, crear y conectar con los demás desde lo más humano: la empatía. (O)
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Paula Pettinelli Gallardo, Guayaquil