Sorprende ver la agilidad y el vigor con que delinquen nuestros malhechores. Ágiles brincan de sus motos, rápidamente sacan sus armas, se apoderan de celulares y billeteras velozmente y de un salto se montan nuevamente para salir volando de la escena, demostrando un gran estado de salud y físico.

Seguridad y agilidad

Con desparpajo y sinvergüencería muestran sus rostros a las víctimas, a los testigos y a las cámaras, para luego taparse la cara cuando son capturados.

Más de 120 detenidos ocasionan operativos realizados en siete provincias

Su calvario empieza cuando son conducidos a la cárcel: aparecen dolores en las piernas, ciática y lumbalgia. La acidez gástrica se dispara, aparecen las úlceras, dolores de barriga y deposiciones con sangre. Les explota el estrés, tienen cefalea, taquicardia, sudan frío, no duermen por las noches y les falta el aire. Sufren de vómito y diarrea porque fantaseando aseguran que “alguien” los quiere envenenar. Los persiguen en sus pesadillas enemigos imaginarios, cumpliendo el dictamen bíblico que afirma: “Huye el impío sin que nadie lo persiga”. Demandan usar cuello ortopédico, muletas y bastón para su maltrecho esqueleto. Les urge tomar medicinas que curen sus quebrantos. Con sus males diseminados, piden ser llevados al hospital, desde donde planifican su fuga, se olvidan de sus dolencias y corren raudos a seguir delinquiendo, con la salud milagrosamente recuperada. (O)

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Gustavo Vela Ycaza, Quito