Se dice que el mazo de los jueces implica la potestad, el poder que estas autoridades tienen para llamar la atención, el orden..., en los tribunales.


Ciertos llamados a hacer justicia, a obrar con rectitud, a producir actos decentes y honestos frente a la sociedad que los mira como ejemplos de pulcritud moral están pisoteando al moribundo cuerpo social ecuatoriano, burlándose de la gente buena y escupiendo en pleno rostro a la justicia inmaculada. ¿Qué les pasa a ciertos venales?, ¿por qué actúan con tanta liviandad?, ¿cuánto pretenden ganar?, ¿hasta dónde avanzan decisiones aviesas?; hacen mofa de la justicia, la tuercen y se saben impunes e intocables. Llenan de embelecos truculentos, dictámenes, y visten de ‘ropaje limpio’ veredictos contaminados con mugroso pringue de la corrupción.

Quienes debieran controlarlos se llenan la boca con volátiles palabras, pero no hacen nada para castigar, y si lo hacen será con leve tirón de orejas y dos días sin sueldo. Lamentablemente se están multiplicando por doquier en incontrolable sepsis que está acabando con la salud de la nación. Primero estaban localizados en Yaguachi, pronto avanzaron a Manglaralto y Santo Domingo, y ahora están regados en incontenible metástasis en el resto de un país agobiado por la corrupción. Dictámenes son cada vez más increíbles, absurdos y groseros; dicho vil accionar llama a la queja y protesta. La corrupción merece condena perpetua por torcer la vara de la justicia, enlodar la santidad de la verdad y violar la inviolabilidad del Derecho y en la cárcel debería estar acompañando a sus compañeros de fechorías. (O)

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Gustavo Vela Ycaza, doctor en Medicina, Quito