Nunca fue mi amigo ni allegado, simplemente simpatizaba por la forma frontal como enfrentó la etapa política nefasta en este país con pruebas irrefutables, como videos donde se dieron coimas, donde se abusó de una mujer; pruebas de cómo se estafó en el acto más costoso al país en su mejor época petrolera.

Deja tanto, no cabe dudas, reposan en la fiscalía muchas de estas repetidas una y otra vez, ante fiscales obedientes desde hace 15 años. Recordemos que en una entrevista de prensa un reportero le preguntó al doctor Mera, abogado de presidencia, por un video y unos papeles que habían venido de Estados Unidos, el reportero le dijo que Villavicencio los había denunciado, que había sido calificado de mentiroso y extorsionador, la respuesta fue, “es que Villavicencio a veces tiene razón”. Grabado quedó.

Fernando Villavicencio deja un legado de un Estado apestoso a delitos y tráfico infiltrados en todos sus estamentos. Tuvo valor él solo para enfrentar a un monstruo que lo persiguió años mientras pudo, al punto de refugiarse en la selva. Que fue una venganza personal, puede ser, pero representaba más la pública ante un agresor de todos los derechos y creador de todas las teorías imaginables y no imaginables. Villavicencio es el testimonio de un Estado incapaz de proteger a un ser humano; los errores que se cometieron en su custodia son inexcusables y no vale gastar tinta en decirlos, basta con mirar videos; solo se necesita sentido común para ver cuando se deja a una persona desprotegida. La historia se contará sola, a quién ‘beneficia’ la muerte de Villavicencio, qué tenía que firmar en Estados Unidos, el candidato sabía demasiado, resultaba incómodo a muchos...

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Aquel que tiene un bisturí de uso impecable para la economía, debería tener un mazo enorme en procura de la seguridad en este país, pues su estribillo “iremos hasta las últimas consecuencias” es igual a que aquí no ha pasado nada. (O)

Gustavo Enrique Zevallos Baquerizo, ingeniero civil, Guayaquil