Podría ser, para unos, un calificativo exagerado; para otros, probablemente, el apropiado; para cuantos una verdad y para tantos más la advertencia de que se camina aceleradamente para conseguirlo. En fin, el libro Crónicas de un Estado fallido, del lojano Oswaldo Burneo Castillo, ayuda a despejar dudas sobre tan candente tema.

Respecto del “Estado fallido” se han elaborado varios conceptos. No existe, sin embargo, consenso alrededor de ellos, aunque sí sobre factores de alta incidencia para que tal o cual nación pueda alcanzar esa triste y nada célebre denominación: crisis interna permanente, precariedad económica y política, corrupción, inseguridad ciudadana creciente, ineficiencia judicial, institucionalidad incipiente, entre otros males, que se exhiben y funcionan de manera conjunta, causando daños casi irreparables. Los países y sus habitantes, en general, tienen que sentir la satisfacción del ejercicio gubernamental, de la “eficacia de proveer a la población los bienes públicos imprescindibles”, pero también deben sentir la complacencia de un comportamiento solidario de los empresarios pequeños y grandes, de la academia, los gremios, las organizaciones políticas, las minorías étnicas. En conjunto, les corresponde ser factores preponderantes en la consecución del bienestar y la prosperidad.

Pero, al margen de las definiciones, ¿qué es lo que hoy se siente en Ecuador? No hay equivocación: una amenaza constante a la estabilidad y continuidad del gobierno de turno; también, por qué no, un vacío de poder, incapaz de controlar el caos provocado por una minoría subversiva. Existe una sociedad débil y fracturada intencionalmente por quienes, violentando los principios morales y éticos, aúpan las diferencias. Una clase política insensible e interesada en su beneficio particular. Corrupción bestial y descarada. (O)

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Jorge A. Gallardo Moscoso, avenida Samborondón