Todo el amplio sector comercial y turístico acusa serias e irreparables pérdidas después del paro nacional. Las fuerzas políticas en conflicto estuvieron midiéndose en las calles. Las posiciones intransigentes, importaculistas (apatía por los asuntos sociales), el dejar hacer llevaron al desolladero.

Fueron más de dos semanas de desafueros y nadie ganó, excepto unos cuantos delegados que cotizaron sus votos. La Asamblea Nacional, tan desprestigiada como está, se ha convertido en un inútil poder del Estado convenientemente ubicado en el punto medio, que simuló zanjar esta rémora política; desafió al Poder Ejecutivo a través de una bancada que impulsaba la destitución presidencial, y dilató los tiempos en cansinas sesiones para pescar a río revuelto. Esos plenarios la presentaron de cuerpo entero: intervenciones anodinas, sin análisis político, argumentos, ¡sin nada! Y mal leídas. ¡Hasta dónde fuimos a parar con esta representación! Dios mío, da vergüenza ajena escucharles a los lampiños de la política. A este recinto parlamentario, otrora espacio sagrado de la democracia, de inteligentes y acalorados debates académicos, soflamas con alto nivel, lo han convertido en aula primaria y rural de lectura de textos ajenos donde los deslices, las faltas de sintaxis, las incongruencias etimológicas y los traspiés geográficos son el hazmerreír. Las intervenciones deberían ser compendiadas y propositivas, sin teleprónter o la lectura de textos en pantalla, que ayuda a los que no tienen facultad de estructurar frases; de estos está llena la Asamblea. Al final del paro, el pueblo, la Policía, el Ejército y el Ejecutivo mostraron signos de agotamiento de una riña donde los contendientes salieron heridos, independientemente de quién se llevó la corona. El rostro desfigurado de Rocky, luego del décimo segundo asalto, es una alegoría para entender que el triunfador por puntos también es un derrotado. (O)

Eugenio Morocho Quinteros, arquitecto, Azogues