Cuando en 2015 la ONU lanzó los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el horizonte de 2030 parecía lejano. Hoy, a apenas cinco años de esa meta, Ecuador se enfrenta a un balance que mezcla avances notables con rezagos preocupantes.
El país ha demostrado que puede liderar en áreas estratégicas. Un ejemplo es la matriz eléctrica, que ya es 61,18% renovable, principalmente gracias a la hidroelectricidad. También se ha logrado una cobertura educativa casi universal en primaria y se ha fortalecido la cooperación internacional en proyectos ambientales y sociales. Son luces que muestran que, cuando hay visión y continuidad, el progreso es posible.
Sin embargo, las sombras no son menores. La desnutrición crónica infantil afecta a más del 14 % de los niños, especialmente en la Sierra y Amazonía. Más de la mitad de la población trabaja en la informalidad, sin estabilidad ni seguridad social. La violencia criminal se ha convertido en un problema estructural que erosiona la confianza en las instituciones y frena la inversión. Y, como si fuera poco, el cambio climático golpea con fenómenos como El Niño, que amenaza cosechas, infraestructura y comunidades costeras.
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Los ODS no son una lista idealista de la ONU. Son un mapa de acción para mejorar la calidad de vida y garantizar un futuro viable. Por ejemplo, combatir el hambre no es solo distribuir alimentos: requiere fortalecer la producción local, garantizar acceso al agua limpia y adaptarse a un clima cambiante. Reducir la desigualdad implica descentralizar inversiones, mejorar el transporte y modernizar la logística.
En este tablero, Ecuador tiene cartas fuertes. Su biodiversidad es un activo que el mundo valora, con potencial para impulsar la bioeconomía y el ecoturismo. Su posición geográfica en el Pacífico lo convierte en un posible hub logístico andino, si se invierte en infraestructura y conectividad. Y sus acuerdos comerciales con la Unión Europea, China y países de la Comunidad Andina pueden abrir puertas a exportaciones de mayor valor agregado.
Pero ninguna oportunidad florece sin instituciones sólidas. La corrupción, la inseguridad y la inestabilidad política son el talón de Aquiles que puede desbaratar cualquier estrategia de desarrollo. El capital humano, la inversión extranjera y la cooperación internacional necesitan un entorno predecible y confiable.
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La Agenda 2030 no se alcanzará con discursos ni con proyectos aislados. Se requiere una visión de Estado, donde Gobierno, empresas, academia y sociedad civil asuman compromisos medibles y los cumplan. El reloj corre, y cada año que se pierde en debates estériles es un año que se resta al bienestar de millones.
Ecuador no parte de cero ni está condenado al fracaso. Pero, para llegar a 2030 con resultados tangibles, debe pasar del diagnóstico a la acción sostenida. Los ODS son una oportunidad para transformar el país, no una lista de buenas intenciones. Y el momento de tomarlos en serio es ahora. (O)
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Jorge Ortiz Merchán, máster en Economía y Políticas Públicas, Durán


















