El ejercicio del Derecho no es solo una pasión, es una responsabilidad. Ser buen abogado no es solo tener la pasión de serlo, implica preparación y conocimientos para saber representar a la persona que deposita la confianza de la defensa de sus intereses y que, en muchos casos incluso, confía su libertad.

El abogado, por su nivel de formación, debe tener una filosofía social propia alineada a sus principios, pero sobre todo debe procurar ser culto, más aún debe saber mucho de todo. En cuanto se refiere al Derecho, el abogado debe ser constante en sus estudios, actualizarse sobre nuevas leyes, normativas y reglamentos, utilizar un lenguaje forense en sus escritos, sin que estos dejen de ser claros y sencillos en su entendimiento. En cuanto a lo social, el profesional debe ser empático con sus clientes, tener amplio dominio de relaciones humanas. El valor útil de un profesional se mide por el número de clientes que hayan depositado su confianza en él, y en la medida que sea capaz de dar soluciones eficaces a los problemas que le plantean. Sin embargo, toda la ciencia no será suficiente si se pierde de vista lo esencial: el amor a la justicia, el respeto por las personas y la honestidad en el ejercicio de la profesión. Lamentablemente en la relación abogado–cliente existen clientes que buscan un abogado honesto y cuando lo encuentran pretenden que él realice algo deshonesto. Nuestra sociedad necesita clientes honestos y abogados que ejerzan la profesión con integridad y vocación, busquen negociaciones justas y procesos equitativos. Generar una marca personal en términos de profesionalismo es, quizá, uno de los principales desafíos del profesional. (O)

Juan Francisco Yépez Tamayo, abogado, Guayaquil