Estas han sido unas elecciones muy particulares. Al respecto, quiero plantear algunas reflexiones, arbitrarias y tal vez algo apresuradas, que, sin embargo, pueden servir para abrir una conversación.

Ecuador es un país fragmentado, un conjunto de regiones sin un proyecto nacional, que aprendió a las duras a desconfiar de todo y no proyectar una visión a largo plazo, lo que lo ha convertido en presa fácil de lo inmediato y de los populismos demagógicos.

En un escenario así, no basta con tener buenas propuestas y proyectos, no basta con tener la razón.

Por otro lado, nos enfrentamos a un contexto singular, la pandemia ha redefinido el mapa de las campañas políticas, obligando a los distintos equipos a participar más activamente en las plataformas digitales. Aquí se toparon, por primera vez, con un número considerable de votantes nativos digitales, navegantes habituales de estas redes y conocedores de sus dinámicas. Algunos candidatos aparecieron como forzosos invasores y otros pudieron capitalizar con lenguajes y símbolos pertinentes esas interacciones.

Las campañas políticas tienen un objetivo a corto plazo, necesitan una respuesta conductual: un voto.

Son diversos los caminos para llegar hasta allá, pero hay elementos que son innegociables.

En comunicación no importa lo que vas a decir, importa lo que el otro va a escuchar. La comunicación se sostiene en el compartir significados, y para eso hay que entender desde dónde y cómo significa el otro.

Hubo candidatos que supieron usar mejor el lenguaje y los imaginarios populares, otros redundaron en construcciones más abstractas, que, sin ser menos ciertas, no logran conectarse con la manera de construir y describir el mundo del espacio obrero y campesino.

Otro elemento fundamental es la conexión emocional. ¿Qué implica esto? La comunicación puede lograr emocionar a la audiencia, y esa emoción permitirá establecer una relación, pero en comunicación política no basta con encontrar un insight que me genere simpatía por un candidato.

Las emociones son posibilidades de acción, por ejemplo, frente a ciertas promesas o discursos: si me encuentro en la emoción del resentimiento voy a actuar de una cierta manera, y si estoy en la emoción de la resignación o la ambición lo haré de otra forma.

Entonces, una estrategia debe saber interpretar con qué emoción se va a conectar para que las promesas y propuestas del candidato hagan sentido y lleven a la acción esperada.

De los cuatro candidatos que quedaron en los primeros lugares, mi impresión es que Arauz ha planteado una estrategia que busca evocar emocionalmente los años del correísmo y ha ido al hueso y sin asco con ofertas populistas inmediatas. Lasso se destaca por su consistencia y perseverancia, se ve que sabe y tiene la capacidad, pero el discurso y manejo de lenguaje de la campaña necesita fortalecer el vínculo emocional.

Yaku y Hervas han establecido relaciones horizontales, muy conectadas con lo cotidiano, generando una imagen casi de antihéroe, que pareciera ha logrado permear positivamente en distintos contextos y niveles. (O)