Los electores más jóvenes en esta votación, aquellos de 16, 17 y 18 años nacieron entre el año 2003 y 2005, es decir nacieron en un país dolarizado. Tal vez escucharon de sus padres o abuelos las historias de lo que era vivir con la angustia de una subida constante de precios, que el sueldo no alcance para lo mismo cada mes o que el tipo de cambio se dispare regularmente.

En los años noventa, la inflación promedio anual bordeaba el 40%. Si querías comprar una casa, los préstamos eran solo a corto plazo y a tasas de interés muy altas. Los préstamos a largo plazo solo existían en dólares, inalcanzables para una persona que ganaba en sucres. La gente trataba de convertir sus ahorros en dólares, tener sucres hoy podían ser aire mañana. Los ecuatorianos con menores ingresos eran los más afectados. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en el año 2000 la tasa de pobreza alcanzó su nivel más elevado de 64% a nivel nacional. Así llegó la dolarización a nuestro país, en medio de una crisis muy grande, pero que se convirtió en la mejor decisión de las últimas décadas.

La dolarización ha mejorado la calidad de vida de todos los ecuatorianos, especialmente de los más pobres. Desde que adoptamos el dólar como moneda nacional no hemos tenido problemas de inflación, la capacidad de ahorro se ha recuperado, la capacidad adquisitiva de nuestros salarios no se ve disminuida y el acceso al crédito ha permitido a muchos adquirir lo inalcanzable.

La dolarización ha traído una ventaja adicional: la disciplina fiscal. El haberle quitado al Banco Central la potestad de imprimir billetes ha obligado a llevar de manera más responsable las finanzas públicas.

Pero hay quienes soñarían con regresar al sucre y poder ordenar al Banco Central que imprima billetes cada vez que tengan una ‘urgencia’. Dejar a potestad de políticos irresponsables la emisión de moneda sería un grave riesgo para la estabilidad financiera del país. La demagogia ha llegado a tal punto, que el candidato correísta ha planteado cogerse la plata de las reservas internacionales que se encuentran en el Banco Central para cumplir sus propuestas populistas. Esto pondría en peligro la dolarización, pues en el caso de los ciudadanos requerir sus depósitos, los bancos no pudieran cubrirlos por completo. De igual manera, el mismo candidato propone subir el ISD al 21% para evitar que se vayan los dólares, cuando la experiencia ha demostrado que solo ahuyenta su entrada. Es inminente entender el peligro que políticas como estas suponen para nuestro salario, estabilidad y oportunidad de progresar como país. Necesitamos que el nuevo gobierno tenga la capacidad de defender nuestros depósitos dándole al Banco Central independencia. Caso contrario, sucretizarnos y convertirnos en Venezuela sería el resultado final.

La mejor manera de proteger la dolarización es protegiéndola de aquellos políticos que ofrecen salir de ella de manera ‘amigable’. El futuro de la dolarización dependerá en gran medida de la elección que hagamos cada uno de nosotros el próximo 7 de febrero. De todos depende no regresar a las angustias que vivieron nuestros padres. (O)