Si todavía había dudas sobre la estrategia del Estado ecuatoriano para enfrentar la pandemia por COVID-19, podemos despejarlas de una vez por todas. No hay estrategia alguna. Cero. Zilch. Nada de nada. La suerte es que ya no tenemos que preocuparnos si una decisión fallará o no, pues realmente no importa. Tenemos la certeza de que esto no va para ninguna parte.

Hasta cierto punto, no es completamente culpa del Gobierno, pues la incertidumbre que trae un virus altamente dinámico y contagioso exige tomar decisiones con escasa información y hasta países con salud universal y conocimiento científico como Alemania se han equivocado. Además, países pequeños que no producen vacunas tampoco tienen el poder para combatir el llamado nacionalismo inmunitario, que no es más que los países ricos comportándose como el guaso de la esquina.

Aun así, hay cosas básicas que se pudieron haber hecho bien, si no en los pasados once meses, al menos en las pasadas semanas. Pero es tal la desidia que, en lugar de nombrar un verdadero comité de transparencia de la vacunación, no tenemos más que un consejo de nobles al mejor estilo Luis XVI. Uno de sus miembros no se hizo esperar y ya describió la desviación de vacunas como el “margen de error” de una actividad cualquiera. Olvida que el margen de error siempre es aleatorio, no intencionado. Lo que sucedió, obviamente, se llama de otra forma.

Nuestro aparato burocrático, que se doblega ante las presiones del poder pues necesitan todos y cada uno de sus integrantes llevar comida a su casa, en poco puede ayudarnos a sobrevivir a tanta ignominia. El problema es que estamos todos encadenados, uno a uno, a las gigantescas pesas de la corrupción y, si uno de nosotros cae al agua, en realidad nos hundimos todos con él. Por eso cambia poco, y poco cambia si un ministro se va u otro se queda. Y menos todavía si el suministro de dosis de la vacuna contra COVID-19 en los próximos meses será tan bajo que ni siquiera se pueden hacer los héroes.

Difícil actuar con liderazgo en un país donde se copia para pasar de año, se amenaza para triunfar, se persigue para ganar. Pero si no se va a ser líder, al menos se debe tratar de ser decente. No tenemos pruebas suficientes para detectar el nuevo coronavirus, no tenemos un verdadero sistema de trazado de casos, entonces no juguemos con las vacunas. Quienes critican a alguien por vacunarse en lugar de un trabajador de la salud de primera línea deben hacer lo propio ante el abandono de adultos mayores en situación de riesgo por tener o habitar en un lugar con recursos limitados. Ellos tienen menos barreras contra una transmisión incontrolable de COVID-19, pues comparten espacios y personal de cuidado entre sí o con otros.

Dejemos por tanto de defender lo indefendible. Nadie dice que un adulto mayor rico merece menos la vacuna, sino que las reglas que se definieron, y la moral, exigen que se dé prioridad a quien más la necesita. Este es un estándar internacional, ni más ni menos. Aunque, para variar, aquí los planes no se respeten, tratemos de respetarnos entre nosotros. Luchemos por la vida, pero con dignidad. (O)