Lo que se veía venir, se vino. Las advertencias sobre la polarización de la campaña eran visibles desde el momento en que se iban definiendo las candidaturas. Ahora es una realidad que seguramente no cambiará en el corto tiempo que queda hasta la elección. Los tres candidatos que, según las encuestas, ocupan los primeros lugares a gran distancia de los demás, se sitúan en las posiciones polares del espectro político. Como estaba previsto, el centro quedó vacío y los electores están prácticamente obligados, a menos que quieran desperdiciar su voto, a decantarse por una de esas opciones.

Esa polarización se mueve sobre dos ejes. El primero es el que se podría denominar ideológico, entre izquierda y derecha o, en términos económicos, entre mayor intervención estatal o mayor papel del mercado. El segundo es el que viene desde la instalación, en el ya lejano 2007, del liderazgo personalista que opone al correísmo con el anticorreísmo. Aunque en alguna medida se superponen, en realidad ambos ejes coexisten como pistas separadas y establecen un juego político de cálculos muy complejos para los tres candidatos. Por otra parte, el hecho de que el enfrentamiento se produzca entre tres postulantes y no solo entre dos hace imposible integrar los dos ejes en uno solo como sería lo ideal para los estrategas de campaña.

En efecto, a Andrés Arauz y a Guillermo Lasso les convendría unificar ambos ejes y construir al otro como el enemigo a derrotar, pero la presencia de Yaku Pérez cierra esa posibilidad. A Arauz le facilitaría mucho la identificación entre izquierda y correísmo, pero Pérez les demuestra a él y a los electores que hay otra izquierda no correísta. Dado que ambos se disputan el mismo electorado, se necesitan mutuamente para la segunda vuelta, de manera que no pueden abrir una brecha que después sea insalvable. A Lasso también le convendría identificar a toda la izquierda con el correísmo, pero con ello abriría un frente con Pérez que hasta ahora ha mantenido cierta cautela. Además, un enfrentamiento de Lasso con los otros dos no solo sería difícil de manejar, sino que haría más evidente su propio vacío en contenidos sociales y en temas de valores. Por su parte, Pérez está muy cómodo con la imagen de tercero incontaminado que se mueve en otra dimensión y no confronta con los otros.

Ese juego en dos ejes y entre tres candidatos resta significativamente las posibilidades de los demás. Es poco probable que alguno de ellos pueda convertirse en el abanderado del anticorreísmo (el del correísmo es inamovible por designación suprema, aunque Ximena Peña no quiera aceptarlo), o que surja otra opción de derecha que debilite a Lasso (como pretendía Isidro Romero antes del desastroso debut en los debates y como buscaban los impulsores de Noboa). Si es así y si no se producen sorpresas de último momento, el verdadero menú del que pueden escoger los electores no constaría de dieciséis candidaturas. La posibilidad de que esto cambie se encuentra en los altos porcentajes de indecisos que registran las encuestas, pero lo más probable es que esos votos se distribuyan entre todos y que, por la misma polarización, incrementen la votación de los tres primeros. Es un menú reducido y reductor. (O)