La izquierda que se tomaba en serio a sí misma tenía principios ideológicos, propuestas programáticas y organización social. Esas características eran los factores que la convertían en una fuerza política responsable. Los tres elementos actuaban al unísono, como un mecanismo complejo, en el que si faltaba uno de ellos se perdía el conjunto. La coherencia ideológica, que frecuentemente desembocaba en el dogmatismo, estaba guiada por el ideal de un mundo mejor. Los programas de acción, que partían de ese principio, constituían un todo orgánico en el que las tácticas del momento respondían a la estrategia de largo alcance. La base organizada, que iba más allá del partido, era la expresión material de su fortaleza.

Pero la izquierda que no se toma en serio a sí misma pierde esos tres pilares y navega a la deriva. Esto es lo que se refleja en las propuestas, posiciones y prácticas de las diversas organizaciones de esa tendencia en la actual campaña electoral. Basta leer los programas presentados al Consejo Nacional Electoral para comprender que –como la mayoría de las demás candidaturas– únicamente buscaron cumplir con un trámite, sin preocuparse por formular propuestas integrales, mucho menos plasmar una posición de principios. Esas ausencias se hacen más evidentes en las ofertas lanzadas al ritmo de la campaña, que en nada se diferencian de las que por décadas hicieron los tan denostados populismos. Si estos compraban los votos con ofrecimientos de casas o de empleos, las izquierdas de ahora la hacen con ofertas de dinero (contante pero seguramente no sonante), que supuestamente llegará para el millón de personas obligadas a inscribirse en la lista que ya circula y que, de paso, servirá para el control posterior de la clientela.

El panorama es igualmente desértico en cuanto a la base social. Ni siquiera las organizaciones indígenas pueden considerarse como la excepción en este aspecto, porque su heterogeneidad no permite calificarlas en su totalidad como una fuerza de izquierda. Sin raíces estables, sólidas y permanentes en la sociedad, las izquierdas deben salir a buscar, de persona en persona, los votos para alcanzar el gobierno en el que pretenderán eternizarse. Saben que la fórmula funciona, porque durante diez años protagonizaron una revolución ciudadana sin ciudadanos (y sobre todo sin ciudadanas), liderada nada más y nada menos que por un caudillo conservador. Saben también que ahora, cuando en la población se ha generalizado un sentimiento de desesperanza, la receta puede tener más efectividad.

La pérdida de los referentes ideológicos, la orfandad de bases y la necesidad de captar votos las llevan a hacer propuestas deslumbrantes que perjudicarán a quienes dicen beneficiar. No habrá que esperar mucho tiempo, si logran el triunfo y si cumplen sus promesas, para comprobar que los primeros afectados serán los más necesitados. Tomar los recursos del Banco Central para repartirlos como denigrante compra de conciencias socavará las bases de la dolarización, creará caos en el sector productivo y en el ingreso familiar. Con el colchon-bank a todo gas, desestabilizará la economía. Obviamente, siempre estarán a mano el FMI y el imperialismo para echarles la culpa. Y siempre será posible también acudir al rezo memorístico de viejas ortodoxias para ocultar la ausencia de ideología, programa y bases sociales. (O)