José Vicente Rocafuerte y Rodríguez de Bejarano nació en Guayaquil el 1 de mayo de 1783. Viajó a Europa en 1793 llevado por su tío Jacinto Rodríguez de Bejarano y Lavayen. Estudió en España en el Colegio de Nobles Americanos en Granada donde conoció a Simón Bolívar. Posteriormente estudió cerca de París en el colegio Saint-German-en-Laye hasta el año 1807, en donde hizo amistad con Jerónimo Bonaparte, hermano de Napoleón.

En 1810 fue nombrado alcalde Ordinario de Segundo voto del cabildo de Guayaquil y posteriormente diputado de las Cortes de Cádiz. Vivió también en Lima, Cuba, México (diplomático excelso que incluso le valió que se le confiera la nacionalidad mexicana), Francia, Italia, Dinamarca, Noruega, Rusia, Londres y Estados Unidos, en donde escribió la mayoría de sus libros liberales inspirados en el sistema democrático estadounidense: Cartas de un americano sobre las ventajas de un gobierno federativo; Ideas necesarias a todo pueblo que quiere ser libre; y El sistema colombiano, popular, electivo y representativo, es el que más conviene a la América independiente. Mantuvo correspondencia con las más altas personalidades del mundo en esos años, entre ellos su buen amigo Alexander von Humboldt.

El periodo más importante de su trayectoria política en el Ecuador se verificó entre 1835 y 1845 cuando ocupó la Presidencia de la República; la Gobernación de Guayaquil; y, exiliado, atacando desde Lima el gobierno despótico de Juan José Flores que además de haber dictado la ‘Carta de la esclavitud’ –Constitución de 1843– había eliminado los municipios, creando un consejo que no era sensible a las necesidades de las provincias y cantones. (G. Arosemena. José Joaquín de Olmedo, p. 334).

Estando muy cerca de terminar este año del bicentenario de la independencia de Guayaquil, sentí la obligación fundamental de honrar la memoria del guayaquileño más ilustre y preclaro de todos los tiempos. Su talento, sus luchas permanentes por las causas libertadoras de América, su pasión de transformar al Ecuador en un país con ideas liberales y reformistas (Ensayos sobre tolerancia religiosa), su firme convicción de las “sublimes ventajas del sistema federativo” sobre el centralismo: “la experiencia amigo mío nos descubre los inconvenientes que un pueblo, justamente celoso de su libertad, debe temer del sistema republicano central”; y, su amor por esta ciudad, deben ser siempre tributarios de nuestro permanente recuerdo y reconocimiento. Así lo hizo el presidente José María Velasco Ibarra en 1945 cuando dispuso publicar todas sus obras (Colección Rocafuerte: 16 volúmenes, 1947), como justo homenaje por los cien años de su fallecimiento.

No quisiera terminar esta columna conmemorativa sin sintetizar uno de los discursos que se dieron en Lima por ocasión de sus exequias: “Colocado en el sepulcro, va a principiar para ti el juicio de la posteridad. Ella, como la presente generación, solo tiene un fallo que pronunciar: que tu corazón perteneció siempre a la causa de la América, que fuiste defensor de la libertad, y que, en la silla del poder, o en el asilo del proscrito, fuiste filósofo, patriota y un ejemplo de civismo”. (José Paz Soldán, 1847). (O)