Cuando se habla de la vinculación entre la corrupción y la política, generalmente se piensa en las coimas, los grandes negociados en que tanto pecan los funcionarios como los empresarios o en las mil y una formas de enriquecimiento ilícito. Pero, hay una modalidad menos visible, que generalmente es el paso previo para muchos de los que buscan puestos y que está ligado al mundo profesional y académico. Es el engaño sobre las capacidades y los títulos de esos personajes.

El caso más reciente es el del candidato que presentó como plan de gobierno un texto tomado casi en su totalidad de la enciclopedia virtual Wikipedia. Los dirigentes-propietarios de la organización que lo auspicia añadieron sospechas sobre el título de Ph. D. que había asegurado tener, le retiraron su apoyo y lo señalaron como falto de probidad notoria. Con todo ello, reconocieron que no tenían idea de quién era la persona a la que habían asignado la candidatura, lo que implícitamente constituye confesión del carácter de membrete de alquiler de esa organización. Obviamente, los dueños de ese taxi político no se han preocupado de explicar cómo es que una organización que pretende alcanzar la Presidencia de la República no cuenta con un plan de gobierno y deja esa responsabilidad en manos de un desconocido del que finalmente no tienen cómo desprenderse. Como era de esperar, el desconocido candidato asegura que se ha mancillado su honor, mientras la candidata a vicepresidenta soluciona el problema asegurando que ella solo responde por sus actos (pero deja muchas dudas que sea así porque en toda la entrevista se refiere a sí misma en tercera persona, como un ente ajeno).

Volviendo al tema de títulos y capacidades, hace algunos años parecía que se tocaba fondo en términos de ética y de valores cuando se supo que el vicepresidente de las manos limpias y las mentes lúcidas había obtenido su título de ingeniero con una tesis mayoritariamente extraída del Rincón del vago. Pero, de inmediato se comprobó que se podía descender más, cuando la universidad a la que engatusó aseguró que se trataba de un problema menor y que no violaba normas ni principios. La justificación del personaje, que siguió cómodamente instalado en ese rincón, fue que en su campo no había nada nuevo que añadir en términos teóricos y, dado que todo está dicho, no hay problema en reproducirlo con puntos, comas, giros idiomáticos y errores gramaticales. La universidad, añadiendo o quitando palabras, repitió el argumento. Ninguna autocrítica, ningún mea culpa, ninguna muestra de responsabilidad académica.

Los dos episodios referidos se hicieron públicos gracias a la acuciosidad de la prensa y a la responsabilidad de algunas personas que aún consideran que hay espacio para la ética. Lo penoso, como lo demuestra Ana María Correa en la revista Diners a partir de una experiencia personal, es que son prácticas generalizadas que no se restringen al mundo de la política. El arribismo de colocar un título antes del nombre, una meritocracia mal entendida y el relajamiento en los valores han hecho florecer, como próspero negocio, muchos rincones de los vagos. Según el testimonio, incluso entregan factura, lo que lleva a suponer que están registrados como contribuyentes, con lo que logran finalmente legalizar el delito. (O)