Ayer, como todos los cinco de diciembre de cada año, designado por las Naciones Unidas como el Día Internacional del Suelo, se realizaron en el mundo actos en reconocimiento al valor de esa capa tenue de la tierra, estrato vivo y fértil donde vibran miles de millones de micro y macroorganismos, en franca convivencia con las plantas en la noble misión de elaborar alimentos, combustibles, fibras, colorantes, medicinas y otras substancias que el hombre utiliza para su confort y felicidad. Pero es un bien finito, que se extingue, se apaga; no es renovable en un ciclo de vida, sino luego de cientos de años, tantos que las actuales generaciones no podrían restituirlo sin iniciar un proceso de regeneración hacia el mejoramiento de algunas propiedades que la naturaleza le ha otorgado.

Sobran las alabanzas en favor de esa lámina delgada pero de tanto aprecio, suave como un pesebre, sitio donde germinan las semillas. Quisiéramos más bien exhortar a las fuerzas políticas, a las que detentan el poder o a las que pugnan por alcanzarlo, a que incluyan en sus ofertas, con fervor patriótico, que es necesario minimizar o detener los procesos que llevan a deteriorarla; que los que administran el Estado o lo vayan a hacer en el futuro cercano apliquen todas las normas vigentes para su protección, que es contribuir al sostenimiento de la humanidad. No requieren más leyes, la Constitución y la legislación secundaria existente son suficientes. Revisen la Ley de Tierra, la de Soberanía Alimentaria, la de Semillas y Biodiversidad y otras que ratifican la urgencia de trabajar por la salud de los suelos, previniendo lo dicho por Roosevelt: “Nación que destruye su suelo se destruye a sí misma”.

Los suelos sanos son fuente de tres inconmensurables beneficios: 1) gran almacén de alimentos en bruto, listos para ser procesados por las plantas por la fotosíntesis; 2) efectivo neutralizador del cambio climático por su poder de captación de carbono de la atmósfera; y 3) protector de las mismas plantas con las que actúan en simbiosis; lo cual obliga a promover acciones de adaptación al cambio climático, en especial a los fenómenos extremos que provoca, teniendo presente el gran desafío de alimentar a una población mundial que ascendería a nueve mil millones de habitantes en el 2050.

Sugerimos con la mejor intención que los movimientos y partidos que aspiran a conducir los destinos del Ecuador analicen y se incorporen al gran movimiento mundial de la iniciativa ‘4 por mil’, para la seguridad alimentaria y el clima, formulada por Francia con motivo de la suscripción del Acuerdo de París, sencillo planteamiento que consiste en aumentar el contenido de materia orgánica de los campos cultivables en una proporción de 4 por mil, o lo que es lo mismo, 0,4 % por año, que neutraliza las emisiones de gases de efecto invernadero a través del secuestro de carbono por los suelos, ofreciendo la ventaja adicional de mejorar la capacidad productiva de los plantíos, a la que deberían adherirse todas las unidades agrícolas del país, independientemente del tamaño y el nivel empresarial que ostenten, pues por pequeñas que sean suman a este magnífico propósito.

masguale@yahoo.com