No se pierde mayor cosa con las limitaciones impuestas por la cuarentena a la celebración de la fundación de Quito. Total, ya no había tales festejos, pues se crearon en torno de la feria taurina, desaparecida esta, todos los intentos por prender la fiesta han resultado tan costosos como infructuosos. Habrá que inventar otra cosa o, por qué no, simplemente suprimir tales celebraciones, no hay un mandato jurídico ni ético por el que una ciudad tenga que malgastar en una juerga generalizada por su cumpleaños. Los eventos organizados con este pretexto no tenían nada de cívico y las personas no necesitan que les inventen ocasiones para divertirse. Miles de quiteños, aprovechaban el feriado para irse de playa o a otros destinos... había acaudalados, y gente de ingresos medios que querían hacer negocios ocasionales, que optaban por Miami, pues la temporada es ideal para hacer las compras de Navidad. El dispendio del Gobierno central y del local en los actos y ceremonias fundacionales tenían mucho de demagógico, era un pueblerino et circenses que daban a falta del panem quotidianum que eran incapaces de garantizar.

Sin fiesta ahí seguirá la capital de este Estado que se autodenomina república. Ahí seguirá con sus problemas de servicios, de seguridad, de convivencia, asolada de vez en cuando por una asonada indígena o una erupción de los veintitantos volcanes que la rodean. Todas estas circunstancias que han hecho la vida ahí tensa, crispada, violenta, ruidosa, provienen de un gigantismo que de por sí es malo para cualquier ciudad. Pero mucho más para esta, situada en un escenario de una belleza innegable, pero del todo inapropiado para una gran urbe por su abrupta geografía. Hay que pensar por tanto en maneras de frenar su crecimiento, porque reducirla es imposible. Tampoco se puede ni es conveniente imponer medidas represivas como el control de la inmigración. Identifiquemos la causa que provoca todo esto. Es muy fácil: la excesiva centralidad del Estado ecuatoriano, que aglomera en Quito prácticamente todas las entidades importantes del sector público.

Quito debe seguir siendo la sede del poder Ejecutivo, ¿por qué no pensar en el traslado de las otras funciones a las ciudades históricamente más importantes de la nación? A Guayaquil iría la legislatura y la magistratura a Cuenca. Puede pensarse también en reubicar a otras importantes entidades en urbes significativas del país. Anteriormente el pretexto para no hacerlo era la lejanía que entorpecía la tramitología de todas las dependencias. Afortunadamente tenemos un país pequeño, ahora ya bien conectado por carretera y por vía aérea... pero más que eso, las cuarentenas nos han demostrado lo sencillo y conveniente que es la digitalización de los procesos, que se hacen por internet. Así gana todo el Ecuador, comenzando por la enorme ventaja que significa tener un Estado verdaderamente nacional, integrado modernamente por vía electrónica, con presencia en todas las regiones. Y salvamos así a Quito, aquejada de acromegalia, crecimiento patológico, descomunal y desordenado de los miembros que conlleva complicaciones, sufrimiento y riesgo de muerte. (O)