Y una sola verdad. Sí, para muchos así es, porque reivindican que es necesario llegar a la comprensión y a la práctica de la solidaridad, la esperanza y el entusiasmo poderoso que mueve las inteligencias y los corazones de la gente para ser cada vez mejores en el servicio y en la búsqueda de la trascendencia colectiva, aquella que apunta a la supervivencia y a la proyección de todos los seres humanos, que no puede entenderse si no es desde el cuidado y la preservación del ambiente en todo el planeta. La verdad es el amor al prójimo y a la naturaleza, tan difícil de escribirla –en mi caso– por la profundidad de su significado y la medianía de mi realidad personal, tan a menudo no lo suficientemente coherente con ese vital edicto desafiante y complejo. Porque los seres humanos también estamos definidos por características egoístas que determinan que no veamos sino por nosotros mismos, en un claro ejercicio de individualismo que lleva indefectiblemente a la decadencia y a la precariedad global.

Quizá, el camino más directo para el descubrimiento y la vivencia de la verdad es cultivar expresamente comportamientos de esa naturaleza, en la cotidianidad de las vidas personales. Buscar, desde el convencido empecinamiento, ser buenas personas y correctos ciudadanos. Tratar de ser, pese a los tropiezos siempre presentes, personas honestas y sencillas, porque la soberbia y la prepotencia, además de ser insostenibles vivencial y moralmente, solamente evidencian debilidad intelectual.

El ejercicio de la bondad requiere actitud y compromiso y, ciertamente, es más eficiente en la construcción de un mundo mejor que el aporte de otros elementos relacionados con el muchas veces vano y fatuo conocimiento y con la fuerza que se evidencia en diversos espacios sociales como la política o la economía.

También hay otros caminos que nos llevan a la comprensión de la verdad representada por la solidaridad, la esperanza, el entusiasmo y tienen que ver con la ilustración en todas sus formas: El de la filosofía, como profunda y sofisticada forma de ejercicio de la razón trascendente, es una posibilidad para los que así lo decidan. El de las letras, más cercana a todos, porque la gran literatura, lo es precisamente, porque da cuenta de la condición humana desde la presentación de situaciones y esencias comunes a la humanidad en todas las latitudes y en todos los tiempos. El de las artes: cine, pintura, escultura, música y todas sus derivaciones que permiten la expresión de una humanidad riquísima en su complejidad y sofisticación espiritual. El de las ciencias, en donde la aplicación de la capacidad de análisis y deducción es el método que nos permite entender el funcionamiento de la materia y también, si así lo decidimos, la existencia de la verdad, de la fraternidad y la justicia como requisitos para la construcción de la sostenibilidad.

Caminos diferentes, claro está, porque cada persona transita por donde puede y quiere. Una sola verdad, la del amor al prójimo y el respeto a la naturaleza, también evidente, si los senderos que recorremos tienen como fin la protección de la vida en todas sus expresiones. (O)