Mucho se ha discutido en estos tiempos sobre el impacto que tendrá el COVID-19 en las ciudades y en sus habitantes. Los estudios que se están generando a nivel mundial buscan lograr la coexistencia en los espacios públicos mientras se mantienen las prudentes distancias que eviten la propagación de dicha enfermedad. Mientras dichos estudios se llevan a cabo, la gran mayoría sigue enclaustrada; antes por disposición de las autoridades, ahora por decisión personal. Esto no nos quita la amenaza de un nuevo confinamiento obligatorio.

Vivimos en un permanente estado de agobio, entre la ansiedad del encierro y empache mental producido por el exceso de información que se cuela por todos los medios que usamos para comunicarnos con los demás. ¿Cómo sobrevivir a esta sobredosis de rumores? Opino que debemos optar por una actitud de aislamiento, vivir hacia adentro. Así como nos aislamos para huir de las consecuencias de un virus, deberíamos aislarnos para huir de las consecuencias de la mala y cuestionable información que nos transmiten y reproducimos.

Muchos argumentarán que el impacto de la mala información no es comparable con los miles de muertes producidas por la pandemia. Recordemos que la masificación de la comunicación distorsiona de manera masiva las herramientas del pensamiento compartidas entre los miembros de una sociedad.

En la antigüedad, la formación básica comenzaba con el Trivium: Gramática, Lógica y Retórica. Se enseñaban estas disciplinas como los elementos constructores del pensamiento. Pensamos de un lenguaje determinado, por eso debemos tener un correcto uso del lenguaje. Caso contrario, un mal uso de este conlleva a pensamientos ambiguos y erróneos. La lógica define la estructura del pensamiento. Así como una mala estructura haría colapsar un edificio, así caen también los pensamientos mal estructurados. Finalmente, la retórica define el uso, el propósito por el cual formulamos y expresamos un pensamiento. En el fondo, detrás de la retórica hay siempre una cuestión ética.

En los últimos 20 años hemos vivido una masificación de la comunicación, que ha bajado la calidad estructural de la información y ha torcido sus propósitos éticos. ¿Será solamente una coincidencia el que una sociedad bombardeada por infomerciales por décadas elija como presidente al anfitrión de un reality show? No lo creo. La alternativa que nos queda es aislarnos, darnos un tiempo para desconectarnos y recurrir a medios más cultivantes y menos estresantes. Dejar el celular o la laptop a un lado y darnos el tiempo para la lectura, la música o el cine puede bajar nuestras tensiones y no deteriorar nuestra capacidad de juicio. Mejor aún si no segregamos las obras hechas en décadas anteriores. Quizás esta nueva vida monástica no nos salve de la barbarie, pero puede que nos impida ser parte de la estupidez pandémica que nos rodea. Así que la próxima vez que alguien les recomiende un libro, un disco o una película, no lo vean como un esnobismo. Es muy probable que esa persona les esté dando testimonio de un refugio, ideal en estos días saturados de información. (O)