Si me preguntan con qué calibre prefiero ser fusilado, ¿223 o 222? Respondo que lo que quiero es vivir y no ser pasado por las armas. La semana anterior en esta columna dejé trasuntar mi preferencia en las elecciones de Estados Unidos, que más o menos se orientaban en el mismo sentido: ni uno ni otro, quiero lo mejor. Sorpresivamente, tanto en redes sociales como por correo me llamó la atención que la mayor parte casi me retaba por no preferir Biden a Trump, muy pocos me dijeron que debería simpatizar con el actual presidente y casi ninguno alabó mi posición divergente... bueno, de eso se trata la vida.

Creo que es mejor para fortalecer las instituciones republicanas que Biden sea el presidente. Porque ganó las elecciones y porque la pataleta de Trump es como todo lo suyo: huachafa e histriónica. Pero mucho me temo que el nuevo mandatario de la Unión no será un Clinton ni un Truman, y más se parezca a Jimmy Carter timorato y desorientado. Se ha calculado que la ejecución de sus promesas electorales, tal como las ha planteado, significará un incremento del gasto del Gobierno federal de once billones (millones de millones) de dólares. Estas políticas, entre las cuales están incrementos de salarios, un ambicioso plan de obras públicas y medidas para disminuir las emisiones de CO2, se realizarán con un aumento de tres y medio billones en impuestos. En un momento crítico para la economía, mientras la epidemia de coronavirus no acaba de pasar, absorber estos recursos puede equivaler a quitarle el oxígeno a un covidoso cuando no termina de recuperarse. También están previstas mayores prestaciones de salud, género favorito de los demócratas, y medidas proteccionistas. Este proyecto de “recuperación” puede estar pareciéndose al de Franklin Delano Roosevelt, que con su Nuevo Acuerdo convirtió el pánico de 1929 en una recesión de más de una década.

En política exterior se pueden percibir ciertos desatinos implícitos en la agenda de Biden. Todo indica que va a dar una excesiva relevancia a la lucha contra el calentamiento global, lo que le llevará a disminuir la presión política y económica sobre China a pretexto de buscar cooperación en temas ambientales. Los aliados asiáticos de Occidente tienen el temor de una vuelta a la ambigua política de Obama, pues con Trump, sobre todo en los dos últimos años, se han sentido confortables, a diferencia de los europeos a los que el estilo del presidente saliente les resultaba difícil de tragar. Dentro de Estados Unidos el apoyo de los movimientos radicales, como los Antifa o Black Lifes Matter, a la candidatura de Biden, tarde o temprano le pasará una factura, con los consiguientes peligros. Hay que tomar en cuenta que el nuevo mandatario es un anciano bondadoso y de 77 años, esta condición aumenta el riesgo de que sea sucedido por su vicepresidenta por muerte o incapacidad permanente. La señora Kamala Harris se ha demostrado ambigua en algunos temas, pero por lo general se ha decantado hacia políticas que pueden calificarse de izquierdistas, situación esta que aumenta la incertidumbre. Trump ha sido un presidente desagradable y poco eficaz, pero eso no significa que podamos decir preferir cualquier cosa en su lugar y creo que estamos ante cualquier cosa. (O)