Con ocasión de la reciente elección presidencial en Estados Unidos, resulta urgente cuestionar los motivos por los cuales parte del pensamiento de derecha en la región se volcó activamente, especialmente en redes sociales, a respaldar la reelección de Donald Trump, sin reparar en el paralelismo autoritario que fácilmente se advierte entre la escasa vocación democrática de Trump y los rasgos comunes de ciertos regímenes, entre ellos, los denominados socialistas del siglo XXI.

Seguramente muchos pensarán que relacionar a Trump con el autoritarismo político es un absurdo; sin embargo, como señalan los profesores expertos en ciencias políticas de la Universidad de Harvard, Daniel Ziblatt y Steven Levitsky, en su libro How Democracies Die, durante su período presidencial Trump aplicó un amplio repertorio de medidas populistas e impulsivas comúnmente utilizadas por mandatarios como Hugo Chávez, Evo Morales y otros.

Los autores incluso comparan las actitudes del presidente Donald Trump con las de los expresidentes Abdalá Bucaram y Rafael Correa, por actos como los incesantes ataques contra la libertad de expresión, prácticas de nepotismo flagrante, marginación de actores políticos relevantes y el desprecio a la institucionalidad, a lo cual añadiría las constantes agresiones al poder judicial, los numerosos escándalos de corrupción o la irresponsable difusión de hechos o datos falsos (The Washington Post estima que Trump ha difundido más de 22.000 mentiras o datos inexactos durante su mandato).

A diferencia de lo que sucede en los países latinoamericanos, en los que generalmente el líder de turno transgrede las leyes con relativa frecuencia, en Estados Unidos las instituciones son sólidas, los poderes del Estado son independientes y existe una verdadera tradición de respeto hacia el Rule of Law (Imperio de la Ley). La existencia de un marco institucional como el estadounidense es esencial para cualquier democracia, toda vez que evita que el mandatario de turno tome decisiones arbitrarias o que viole las leyes imperantes. Esto explica por qué a pesar de las constantes arremetidas por parte de Trump contra la prensa, las instituciones y el poder judicial o la reiterada implementación de políticas abusivas (piénsese en sus políticas de migración contra menores de edad), el sistema político del país del norte ha funcionado con relativa normalidad durante los últimos cuatro años.

No obstante, la gravísima insinuación por parte del gobernante estadounidense al señalar que “todo se dirige a su segundo mandato” a pesar de su evidente derrota, o de que hubo fraude en las elecciones cuando en realidad no existe ningún tipo de evidencia de la existencia de irregularidades en el proceso electoral, es un atentado directo y manifiesto contra la más básica noción de democracia. Su lamentable y reiterado intento de crear una especie de “mundo paralelo” con su versión de los hechos es propio de un dictador de un país tercermundista y no de un representante de una de las sociedades más avanzadas del planeta. Es por ello, que al final del día la historia recordará a Trump como lo que realmente fue: una triste caricatura populista. (O)