Tiene 17 juveniles años gatunos. La encontraron en una esquina con sus hermanos. Aún no abría los ojos. La gata parida de un vecino la aceptó sin remilgos. Allí en el patio que servía de garaje, en medio de tres perros guardianes, creció Perla. Sus hermanos y hermanastros fueron regalados a dueños cariñosos, quedaba ella próxima a tener 2 meses.

Mientras tanto, en mi casa se había establecido una colonia de ratones. Cercanos al Salado, encontraron refugio en la cocina, la sala y todo espacio habitable. Un día pasaron, como quien va a clases, en fila, papá, mamá, abuelos, hijos, nietos, tíos, en total conté 22. Se escondían en un mueble imposible de mover.

Bijou, el perro basset, con enormes orejas que arrastraba por el suelo y una barriga que crecía como tambor, los perseguía, pero sus movimientos eran toscos y nada sutiles para estos huéspedes rápidos y escurridizos. No amaba a los gatos, los perseguía con ahínco.

Resolví entonces ver si podía traer la pequeña gata de raza ordinaria que se paseaba en el patio de mi vecino. Había que comprobar las reacciones del perro. Cuando estuvo en la casa y recibió su nombre, Perla, se instaló en el espaldar del sofá de la sala y miraba con desdén a este orejudo que le ladraba. No le dio ninguna importancia.

Como era pequeña comía en una mesa a su disposición. Desde allí observó el ritual del desfile y se lanzó en picada sobre el que dirigía la manifestación. Fue su primer trofeo. El otro refugio era atrás del horno de la cocina, sacamos la cocina al patio y dejamos a perro y gata hacer su trabajo. Fue al anochecer, la mañana siguiente encontramos un cementerio de ratones y una cocina desbaratada. A partir de esa noche ambos trabajaban en equipo. Nunca más tuvimos ratones.

Perla quería ser mamá, se lo permitimos una sola vez. Bijou se convirtió en guardián de la camada, nadie podía mirarlos sin su permiso. Al mes todos encontraron dueños, la mamá les había enseñado a comer, a hacer sus necesidades limpiamente, a cazar y a ser amigos de los perros. Bijou pagó tributo a sus años y partió cuando tenía 14. Llegó a la casa Cleo, un torbellino mezcla de golden con siberiano, que no quiere saber nada con felinos. Perla entiende que deben respetarse su primacía y sus años, cosa ajena al ímpetu juvenil de Cleo. Entonces se refugió en el cuarto, solo salía por un hueco escondido al patio, pero de pronto ha resuelto vivir su vejez con dignidad, así que empezó por trompear a Cleo y sacarle un pedazo de nariz, que ya se ha curado, y recuperar espacios que consideraba propios.

Ahora se pasea por toda la casa, pelea con cuanto gato o gata quiera subirse a los techos de su propiedad. Salta con gracia, cual James Bond, de uno a otro separados por más de un metro de distancia a desnivel y sobre todo nadie puede subirse a su árbol de mangos por el que trepa como una atleta o se desliza como por un tobogán. Caza y se alimenta de una o dos palomas tierreras a la semana. Cuando no me levanto a la hora acostumbrada me muerde los ojos, me golpea con sus patas la boca o me empuja con la cabeza.

Me gusta la vejez altiva y distinguida de Perla, próxima a sus 18 años, las relaciones han mejorado con Cleo; la convivencia se basa en el respeto y la dignidad, parece decir. (O)